Desde que en 1900 el Conde de Zeppelin hizo volar con éxito su primer dirigible, Alemania desarrolló una gran industria entorno a estos objetos voladores que sólo se vió truncada por los dos acontecimientos más devastadores del siglo: las dos Guerras Mundiales. Tras la segunda contienda, Alemania los desterró al olvido y casi cincuenta años después ha vuelto a construirlos, no sólo para el disfrute sino también con fines comerciales.
El primer dirigible rígido realizado por David Schwarz, 1898. Con una longitud de 47 metros y volumen de 3.700 metros cúbicos de gas, capa exterior de planchas de aluminio de 0,2 mm de grosor y motores Daimler de 12 CV.
El 2 de julio de 1900 un gigantesco dirigible de 128 m de largo se elevaba en el aire. El Zeppelín LZ1 de casco rígido y lleno de hidrógeno, salió de una inmensa balsa de montaje construida en pleno lago Constanza. Se quedó flotando a unos 300 m de altura. Desde abajo se veía un gran balón con una pequeña góndola en el centro. Aterrizó en el agua 18 minutos más tarde sin problemas. El numeroso público quedó boquiabierto. El Conde de Zeppelin tenía lagrimas en sus ojos.
Desde que el Conde de Zeppelin fue expulsado del cuerpo militar en 1890, a sus 52 años comenzó a ocuparse intensamente de la construcción de dirigibles rígidos, lo que le valió ser declarado como «la triste figura de Jules Verne», un visionario.
El comienzo fue complicado, el dinero escaso y los problemas múltiples. El éxito del LZ1 demostró que el camino de la estructura rígida de aluminio con células individuales llenas de hidrógeno era correcto, pero aún faltaba mucho por perfeccionar. El LZ2 alcanzó finalmente los 40 km/h pero resultó difícil de manejar mientras que el LZ3 realizó 45 viajes con toda seguridad y consiguió convencer a las autoridades. De esta manera se incorporó al Conde al ejercito del aire, donde estuvo trabajando hasta 1913.
También el LZ4 realizó importantes trayectos a partir de 1908, algunos de ellos con el Rey Guillermo II de Württemberg y su esposa a bordo. Tal ilustre pasajero ayudó a que estos viajes salieran en todos los medios de comunicación, convirtiendose en una gran atracción. Finalmente, en un viaje de muestra de vuelo ininterrumpido de 24 horas, falló uno de sus motores y en el aterrizaje una ráfaga de viento golpeó el dirigible contra un árbol.
Envuelto en llamas, el LZ4 fue reducido a cenizas en pocos minutos. Todo hacía pensar que ya no se iba a construir más dirigibles. Lo que pasó en estos momentos pareció ser un milagro.
Como un acontecimiento único en la historia industrial alemana, la población, los políticos y la industria dieron espontáneamente donativos para que el Conde pudiese continuar con sus hazañas. Los más de seis millones de marcos obtenidos de esta manera sirvieron para crear en 1908 la Sociedad Limitada Zeppelin, con el fin de construir dirigibles. Esta sociedad fue la antecesora de las actuales empresas de Friedrichshafen, que se formaron a raíz de esta nueva industria y que aún hoy se encuentran en plena salud. A falta de encontrar proveedores adecuados para los complejos sistemas de los zepelines, la empresa fomentó el nacimiento de industrias que suministraran lo demandado.
Así nació en 1909 la MTU, encargada de los motores, y en 1915 la ZF, con el fin de suministrar las transmisiones optimizadas. La experiencia en la elaboración de metales ligeros para los cascos de los dirigibles, animaron a la construcción de aviones y a raíz de ello nació en 1917 la empresa Zeppelin-Lindau, hoy Dornier. En 1909 se fundó la primera compañía de tráfico aéreo DELAG, que realizó hasta 1914 más de 1.600 viajes regulares con Zeppelines, transportando 34.000 pasajeros sin el más mínimo percance.
En varias ciudades se montaron grandes naves para albergar los dirigibles con el fin de facilitar el tráfico aéreo de estos inmensos navíos de aire. Los motores del LZ10 procedían del nuevo proveedor Karl Maybach, especialista en motores y posterior constructor de automóviles de lujo y motores para camiones.
Después de la primera guerra mundial, los zepelines volvieron a volar. Francia, Italia y los Estados Unidos pidieron dirigibles como indemnización. Para los EEUU se preparó un nuevo Zeppelin capaz de cruzar el Atlántico; en 1924 el LZ126 realizó este recorrido en tres días y nueve horas de cómodo viaje. Los dirigibles habían entrado en su era más espectacular y pronto fueron nuevamente el orgullo de toda una nación. Era el momento de los legendarios dirigibles de lujo: el «Graf Zeppelin» LZ127 (1928) de 236,6 metros de largo y diez cabinas de dos camas más una cocina, una sala de estar y un comedor para 20 pasajeros, y el «Hindenburg» LZ129 (1936).
The Graf Zeppelin.
Ambos realizaron numerosos trayectos transatlánticos y viajes alrededor del mundo, un sinónimo del espíritu pionero de la industria alemana. Pero los intentos de conseguir el gas helio procedente del monopolio americano, un gas no inflamable, fracasaron por cuestiones políticas.Todo iba muy bien hasta el fatal accidente del «Hindenburg» en Lakehurst (EEUU) en 1937, que se quemó totalmente en el aterrizaje aunque se salvaron más de la mitad de sus pasajeros y tripulantes.
Explosión del Hindenburg, 1937, Newsreel.
Un duro golpe al orgullo nacional, ya bajo los mandos del nacionalsocialismo. Los responsables políticos, dañados en su orgullo, prohibieron de un día para otro los viajes en estos grandes dirigibles y obligaron, algo más tarde, a que se desguazaran los que quedaban.Tras varios intentos de relanzar la producción de dirigibles en Alemania, también con ayuda inglesa y americana, se fundó en 1993 la nueva empresa «Zeppelin Luftschifftechnik» para empezar con la construcción del modelo NT, que finalmente en 1999 pudo realizar su primer vuelo y que fue bautizado con el nombre de Friedrichshafen el 2 de julio del 2000. La historia continúa.
Artículo publicado en Experimenta 33.