“Nunca cambiarás las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que deje obsoleto al modelo actual”. Richard Buckminster Fuller
Para Carmelo di Bartolo, como para Buckminster Fuller, la innovación es un proceso capaz de transformar de manera radical un escenario que se muestra incapaz de dar respuesta a las necesidades de un tiempo nuevo. y esa innovación tiene mucho más que ver con la capacidad para comprender las grandes transformaciones sociales que con las técnicas y metodologías que comúnmente se asocian a la práctica del diseño.
Querría comenzar haciendo notar que siempre has im pulsado formas de innovación para el diseño desde el ámbito de la empresa.
El verdadero objetivo del diseño es prepararnos para el futuro, hacer propuestas para el tiempo que está por venir, propuestas que tengan en cuenta la aparición de nuevas tecnologías, de nuevas normas legales, de nuevas prescripciones legislativas que condicionan lo que hacemos. Y todo eso permite a las empresas innovadoras preparar su propio mercado en ese futuro que se apunta en el horizonte. Digamos que, a grandes rasgos, mi trabajo siempre ha sido así, impulsar procesos innovadores que contribuyan a un cambio de paradigma en nuestra concepción del diseño.
Pero las empresas, por la propia naturaleza de su actividad, buscan beneficios económicos y, por ello, no es fácil que promuevan una práctica del diseño que ponga en duda los hábitos de consumo más favorables a sus intereses.
Claro, pero no todas las empresas son iguales. Yo siempre hablo de empresas innovadoras y no de empresas competitivas. Las empresas competitivas impulsan sólo innovaciones logísticas que puedan contribuir a su actividad industrial y se preocupan por ofrecer al mercado lo que pide en cada momento. Se limitan a reforzar las modas imperantes, por decirlo de algún modo. Empresas como Zara, Ikea o Toyota, cuyo negocio está naturalmente en el producto que venden, actúan con esa mirada, necesaria en un mercado competitivo. Se ocupan de distribuir sus productos con rapidez, captan las tendencias, las modas, se interesan por aquello que el usuario quiere consumir y planifican su innovación a cortísimo plazo.
Sin embargo, hay otras empresas que trabajan para determinar el futuro, para establecer nuevas tendencias e impulsar otros modelos de consumo diferentes. Estas empresas que denomino innovadoras analizan las transformaciones sociales, se ocupan de conocer los cambios filosóficos y económicos en el comportamiento de la gente, se preocupan por el cambio tecnológico y dan sentido a modelos completamente nuevos nunca conocidos.
Por ejemplo, hoy día se han desarrollado nuevas fórmulas de intercambio económico: una economía circular, una economía compartida, la sharing economy, en resumen, fórmulas que muestran cómo el usuario está preparado para cambiar su comportamiento o, por lo menos, para integrar en el modelo dominante otras opciones emergentes. Y poco a poco, esas opciones pueden cambiar los hábitos económicos.
Naturalmente, la empresa innovadora se interesa por esos fenómenos, los analiza y, antes de proponer el lanzamiento de un producto al mercado, lleva a cabo muchas investigaciones y desarrolla prototipos. Se realizan ensayos sobre las diversas formas de acceder a esta nueva economía con tecnologías, habilidades y otras prácticas poco frecuentes.
Si alguien quiere trabajar como diseñador y no tiene relaciones con la empresa, no podrá llegar a nada. Quiero decir que el diseñador ha de tener ante sí límites que den sentido a su creatividad. Si no hay límites, si no sabe cuál es el perfil del usuario, cuáles son las tecnologías que puede emplear o cuáles son los nuevos modelos de consumo, poco podrá hacer. Si el diseñador desconoce todas esas prescripciones que determina una sociedad en transformación (por ejemplo, los recursos necesarios para hacer un coche o un electrodoméstico), difícilmente podrá llevar a cabo nada sostenible. Debe saber qué materiales son reciclables, cómo deben separarse previamente o cómo tienen que almacenarse para contribuir a la sostenibilidad. Todos esos límites se convierten en una gran oportunidad para proponer a la empresa productos aptos para esas condiciones económicas y sociales, para los nuevos hábitos de consumo, y conseguir así un equilibrio energético razonable. Son procesos muy largos, procesos que se concretarán en plazos muy variables, quizá un año, quizá diez. No dejan de ser pequeñísimos pasos a través de los que las empresas innovadoras, si tienen la capacidad de hacer propuestas con ese tipo de perfiles, pueden crear valores para su marca con los productos o servicios que propongan.
Así es. Pero para que esto suceda, para que una empresa pueda sobrevivir en ese futuro que apenas intuimos, debe ser capaz de asumir riesgos, tiene que introducir prácticas poco frecuentes. No puede pensar que pueda prosperar haciendo lo de siempre.
Estoy totalmente de acuerdo, porque si uno no juega, si no arriesga, termina convertido en un dinosaurio, es decir, en una especie en extinción sin apenas posibilidades de supervivencia.
Uno de los ejemplos más claros de cuanto digo han sido los fabricantes de máquinas de escribir. No fueron capaces de darse cuenta de que los ordenadores llegarían a ocupar el espacio que consideraban suyo y que dejarían sin sentido una actividad con cien años de existencia. Es en esas circunstancias cuando quienes tienen interés en las transformaciones sociales, en ver cómo la tecnología y los nuevos hábitos producen un cambio estructural o instrumental, provocan ese cambio en su propia empresa. Y las compañías modifican su comportamiento en busca de otras formas de negocio, actualizan sus propuestas con productos adecuados para ese tiempo y para la economía que conlleva y se ocupan de comprender las condiciones de usabilidad de esa nueva situación.
Si la empresa, por el contrario, esconde la cabeza bajo tierra como un avestruz, no será capaz de ver nada, aunque quizá pueda resistir con sus viejas ideas unos pocos años. En definitiva, esa empresa estará condenada a quedarse obsoleta.
Una innovación responsable, entendida de una manera social, atenta a esas transformaciones, puede llevar a la convicción de que algunos productos industriales no sólo no son necesarios, sino que son perjudiciales para esa sociedad que está tomando forma.
He investigado sobre biónica, sobre materiales, sobre la percepción de la calidad y las visiones del futuro. He trabajado con Fiat, con Ferrari, con muchas empresas grandes que me consultaban para saber qué iba a pasar en un plazo de quince años, sobre cómo sería el futuro dentro de treinta años o cuál sería el concepto de lujo en unas décadas. A la vez, me pedían diseñar un producto, por ejemplo, un magnífico y espectacular automóvil deportivo. Por eso hay diseñadores que se ocupan del diseño de coches y que lo hacen de manera maravillosa, que provocan una verdadera empatía con el consumidor, con el concepto, todas esas cosas… Pero, dentro de quince años, los jóvenes, los adolescentes actuales, tendrán treinta o cuarenta años y serán los futuros clientes de esas grandes y lujosas compañías. Queremos saber qué supondrá para ellos el concepto de lujo, cuál será su concepto de experiencias. La empresa quiere y espera que el diseñador, junto con otros profesionales, le explique esas cosas, que formule un escenario integrado, plausible, donde convergerán las tecnologías actuales y las del futuro incluyendo los cambios en la percepción y en el significado, como podría ser el concepto semántico del lujo que determinará su forma y su usabilidad.
Para hacer una plataforma de un coche completamente nuevo, para desarrollar su chasis, para saber qué materiales deben utilizarse, para dar forma a un motor nuevo, para atender todas las prescripciones de seguridad… Para todo eso, es necesario trabajar con treinta años de antelación.
Así sucede que toda la industria de la automoción tiene una oficina en Bruselas para impulsar propuestas e investigaciones que no pueden llevar a cabo ellos solos. Estos procesos conforman el escenario en el que dentro de treinta o cuarenta años esos automóviles tendrán sentido, es una forma de prever cómo se va a desarrollar la tecnología, cómo serán las infraestructuras urbanas.
Desde hace poco tiempo estamos asistiendo a innovaciones sorprendentes, como la aparición de coches que se mueven sin conductor mediante sistemas automáticos, algo que parecía impensable hace no mucho tiempo. Todas estas cosas que están concretando Google, Microsoft o Tesla eran ideas que se apuntaban, aunque fuera vagamente, hace treinta años y que ahora se hacen realidad.
Las grandes empresas del automóvil, que constituyen en esencia un lobby, piden a la Comisión Europea o a otras instituciones similares que pongan en marcha investigaciones en ese sentido, es decir, programas a largo plazo que permitan prever ese futuro. El objetivo es definir escenarios con oportunidades para los futuros intereses de un sector que incluye a toda la industria alrededor de la fabricación de un automóvil. Me refiero a la seguridad, a la electrónica, a los sistemas de inteligencia y a muchas otras actividades de gran importancia económica que rodean al automóvil. De esta forma, la Comisión Europea impulsa una serie de proyectos de ámbito internacional para ensayar o investigar este futuro poco definido. Para ello abren centros de investigación con universidades, procesos que llevan cinco o seis años, un tiempo al que hay que añadir otros tantos para evaluar la investigación realizada y, lo que no es menos importante, para que esa investigación concluya en una ley que determine prescripciones de fabricación y consumo.
Y pasan diez años más hasta que todo eso se ve en la calle, hasta que estos nuevos productos y las condiciones en que se utilizan llegan a formar parte de la vida de la gente y modifican su manera de ver la realidad. Es entonces cuando vemos que la innovación tiene raíces muy profundas, graduales, que sus efectos se materializan cuando la tecnología se vuelve asequible económicamente, cuando puede aplicarse de forma generalizada y los usuarios se acostumbran a su presencia y son capaces de darle significado. Todos hemos sido testigos de cómo los propios usuarios han dado un nuevo sentido a la telefonía móvil, y tal cosa sucedió treinta años después de que la telefonía móvil fuera imaginada.
Una de las consecuencias de esta transformación económica que está teniendo lugar en el mundo es que las relaciones laborales pueden llegar a ser más injustas.
Claro, pero, ¿qué pasa? Que un cambio no conduce necesariamente a una solución perfecta. Así sucede con la naturaleza, hay cambios morfológicos en las plantas y en los animales y se producen aberraciones cuando muta el ecosistema de referencia de los seres vivos. O nos adaptamos, o nos extinguimos. Naturalmente, no puede ser de otro modo y es, además, un proceso que necesita muchísimo tiempo, no son transformaciones repentinas cuyas consecuencias se vean de un día para otro. Evaluamos las cosas en función de la edad que tenemos: vemos las situaciones de manera diferente si tenemos veinte años o cuarenta o si nos queda poco para morir. Pero los fenómenos naturales son mucho más lentos y, en esta lentitud, hay una cantidad enorme de experimentos y de fracasos que son imprescindibles para alcanzar el éxito.
Todas esas experiencias (Uber, Amazon, Google) son intentos de compaginar una oferta con ecosistemas de referencia. Unas veces funcionan y otras veces, no. Porque no dejan de ser procesos nuevos, procesos adaptativos que, por fuerza, cometen gran cantidad de errores. Nadie sabe cómo adivinarlos aunque se hagan estudios previos, porque una cosa es el análisis y otra la realidad. Son innumerables los factores que quedan fuera de control.
Uber tendrá seguramente que modificarse en un sentido ético, con otro planteamiento que resuelva algunos de sus aspectos más discutibles. Pero tal vez pueda continuar sin cambios importantes si al usuario no le disgusta ese tipo de actitud poco ética. Uber tiene músculos suficientes para competir con los taxis, con otros sistemas más tradicionales, para crear diferencias de escala, diferencias de fuerza increíbles. Pero, para que tenga éxito, tendrá que haber personas que lo compren, para quienes esos reparos éticos no sean relevantes. Otros, en cambio, compran algo cuando les garantizan que su consumo no contribuye a un aumento de la polución o de los residuos. Prefieren un Prius de Toyota porque su motor híbrido permite una relación algo más razonable con el medio ambiente, con el balance energético del territorio. Esa sensibilidad por comprar algo que no produzca polución, algo que no duplique un servicio, necesita tiempo.
NOTA: Entrevista a Carmelo di Bartolo: innovación y diseño para un nuevo modelo de ciudad, es un extracto de una entrevista realizada por el Dr. Eugenio Vega publicada en el número 73 de Experimenta. Puedes conseguir este número y muchos más en nuestra tienda online