El particular universo creativo de Daan Roosegaarde
Para la edición número 75 de Experimenta, el Dr. Eugenio Vega entrevistaba al famoso diseñador holandés, Daan Roosegaarde. Proyectos, inspiración, procesos creativos, sociedad, arte, tecnología,… En definitiva, una robusta conversación que no dejó tema sin tocar. En este artículo recogemos apenas algunos pasajes de esta notable pieza documental que ya forma parte del acervo cultural de Experimenta.
La primera pregunta que se hace mucha gente cuando ve tus impresionantes proyectos es si estamos ante un artista o ante un diseñador.
Sí, es verdad. No me resulta fácil ajustarme a una definición. En muchos aspectos mi trabajo está más cerca del arte, no en vano para mí es una forma de reflexión ante una realidad muy compleja. Pero, en otros aspectos lo que hago no deja de ser diseño, en el sentido de que se trata de una actividad orientada a crear algo concreto, a hacer propuestas para mejorar la vida diaria. A veces me tengo por un artista, otras podría verme como un diseñador, incluso, como una especie de empresario, pero quizá la palabra que mejor se ajusta a lo que hago sea maker: alguien que hace algo nuevo, un creador si se quiere, pero ligado a la cultura y a la tecnología de este siglo.
Es cierto. En todo lo que haces hay una profunda orientación social, ¿cuál dirías que es el objetivo esencial de tu trabajo?
Creo que debemos usar la tecnología para la gente, para intervenir en cuanto discurre a nuestro alrededor. Mi principal objetivo es mejorar la realidad y hacer propuestas concretas que impulsen ese cambio que promete la energía limpia o el agua no contaminada, pero siempre con un contenido poético. Quizá por eso no veo la necesidad de definirme, ni tampoco lo deseo, es cierto. De todas formas, como ya he comentado, no me parece que el término «diseñador» sea el más adecuado para describir lo que hago. Soy una combinación de ambas cosas, un creador, a medio camino entre un diseñador y un artista, si es que hace falta darle un calificativo. Un artista es un innovador y en ese sentido su propósito se corresponde con lo que yo quiero hacer.
Si no me equivoco, estudiaste Bellas Artes antes de iniciar tu formación en arquitectura, ¿en qué medida este período inicial de tu educación te ha proporcionado herramientas útiles para afrontar los desafíos de tu trabajo?
En mi opinión, el problema principal en este mundo no es la falta de dinero ni la carencia de tecnología; el verdadero obstáculo está en la falta de imaginación. Creo que estudiar Arte me sirvió para comprender mejor diferentes puntos de vista, y entender que esos distintos modos de ver se convierten en formas nuevas de expresión. Me parece verdaderamente importante una actitud así para acercarnos a la realidad y hacer lo que exige el mundo en que vivimos. Pero, al mismo tiempo me gusta la tecnología y todo lo relacionado con la ciencia. La tecnología no deja se ser una gran herramienta que hace posibles nuestros proyectos, que permite que las ideas se hagan finalmente realidad. Me gusta también ver las conexiones tan complejas que existen entre diferentes disciplinas, por muy distintas que sean. Me gusta crear nuevos vínculos entre formas dispares de conocimiento. Es cierto que algunos de mis proyectos están más centrados en los aspectos prácticos, sin duda: la Smog Free Tower, la torre que elimina la polución y proporciona aire limpio, el Sustainable Dance Floor, la pista de baile sostenible que almacena energía mientras la gente baila, son un claro ejemplo de este planteamiento: resuelven un problema, si bien de una forma innovadora. Pero a su vez, hay también un vínculo muy intenso con la poesía, es mucho más que una mirada práctica; es una reflexión poética sobre la belleza de la energía renovable, es la belleza del aire no contaminado, algo que, por otra parte, no va necesariamente en contra de la funcionalidad. Me complace saber que puedo ser algo más que un artista metido en una urna de cristal, con un cartel delante que dijera: “por favor, no tocar”. La realidad es una especie de brújula que guía lo que hago, quiero actuar en ese entorno mediante una práctica que no se limite a lo que se entiende por arte en un museo o en una galería. Por otro lado, nada de eso es nuevo. Creo que los artistas siempre han explorado esos confusos límites entre lo que es posible y lo que no. Por ejemplo, Jacob Ruisdael, el famoso pintor de paisajes, uno de los maestros holandeses del siglo XVII, no se encerraba en su estudio. Vivía con intensidad la realidad y observaba estos cielos, con esta luz que verían las personas de aquella época, y nos dejó un sinfín de pinturas, de variaciones y técnicas, para capturar ese entorno cambiante. Me siento vinculado a todo aquello, a este paisaje, a este espacio público. Es verdad que mientras ellos tenían óleos, carboncillos y lienzos, yo tengo “materiales inteligentes” y un equipo de diseñadores e ingenieros detrás de mí, pero creo que mi mentalidad es la misma que la de aquellos viejos maestros.
El hecho de que muchos de tus proyectos utilicen la luz como materia esencial, en mi opinión, muestra de manera evidente esa relación con la pintura que señalas; en cierta medida, construyes algo «inmaterial», algo que necesita de los espectadores para su existencia.
Si es verdad, la luz, en efecto, es un gran medio que no tiene nada que ver con la decoración. Es algo más profundo, se trata de cambiar nuestro punto de vista en relación a lo que vemos. En definitiva, se trata de provocar una forma de interacción. La luz no es otra cosa que un reflejo. Como sabemos, cuando vemos algo de color rojo es porque ese objeto refleja una parte de la luz blanca mientras absorbe el resto de los colores. En realidad, lo que sucede es que participamos en un proceso interactivo, no podría ser de otro modo, y así es cómo me veo a mí mismo en relación con quienes me rodean, también con el propio planeta. La luz, en ese sentido, es una oportunidad para interactuar con los demás.
Además, tu interés por la arquitectura te llevó a una segunda etapa de formación. ¿Cómo ha contribuido esa formación a tu trabajo?
Sin duda fue muy importante. Cuando no tenía más de dieciséis años, recuerdo haber visto en un museo esas enormes maquetas de madera que simulan plazas y edificios enormes y, quizá, por primera vez en mi vida, me di cuenta de que eso era lo que quería hacer. No puedo olvidar la impresión que me hizo la obra de Arata Isozaki, el famoso arquitecto japonés de los años setenta y ochenta. Tal vez por eso llegué a trabajar en estudios de arquitectura como OMA, con Rem Koolhaus, y MVRDV. Me interesaba mucho ese complicado proceso que va de la concepción de una idea a la elección de los materiales; comprender la relación entre nosotros, entre nuestro cuerpo y el espacio en que vivimos. Es un reto fascinante. Pero nunca quise hacer edificios; no quería verme atrapado por todas esas restricciones que impone la relación con los clientes. Eso no me interesaba. En cierta forma, buscaba un hueco entre el arte y la arquitectura, una manera de encontrar un espacio propio; lo curioso es que en muchos nuevos proyectos, la mayoría de ellos a gran escala, en los que participamos con arquitectos, nos invitan a trabajar en la fachada o en la organización del espacio. Por otra parte, muchos de esos nuevos arquitectos están vinculados al arte del paisaje. Por ejemplo, el proyecto Icoon Afsluitdijk es un ejemplo de ello. Se trata del famoso dique de 32 kilómetros, construido prácticamente a mano hacia 1932 para evitar que los Países Bajos fueran anegados por las aguas del mar que se enfrenta a una urgente y necesaria renovación. El Ministerio de Infraestructuras pidió nuestra ayuda para preservar esa suerte de línea zen en mitad del agua que hacen del Afsluitdijk un lugar tan hermoso. Era una gran oportunidad porque el arte público, o el diseño público si se prefiere, no consiste solo en colocar en medio de la calle una escultura de mármol, de hierro o de otro material. En este caso, es mucho más ambicioso, se trata de añadir una capa de luz a un inmenso entorno y generar interactividad, y todo ello a una escala completamente diferente. Me gusta mucho este tipo de cosas.
Quisiera hablar de esos grandes desafíos a que se enfrenta el planeta: problemas de transporte, la contaminación, el calentamiento global… No sé qué es más positivo en una situación así, resolver problemas concretos o provocar un estado de ánimo en la sociedad, crear un entorno político que pudiera conducir a cambios positivos.
No sé, creo que ambas cosas son importantes y necesarias. Por un lado, se trata de conseguir una mejora de la realidad: “podemos hacer un parque que sea un 20% más limpio que los demás”, de forma que proporcione soluciones prácticas, pero que lleve también a la gente a pensar: “bueno, ¿qué podemos hacer para librarnos del humo de la contaminación en el resto de la ciudad?” Por tanto, es una forma de actuar de inmediato, y al mismo tiempo, es también una propuesta que impulsa un movimiento para que lo realizado se convierta en parte de una norma que pueda ser aceptada por todos. Creo que esto es realmente importante. Algunos de nuestros proyectos como, por ejemplo, Windvogel, en el que estamos trabajando ahora ofrecen resultados concretos y evidentes. Se trata de una especie de cometa inteligente que puede mantenerse en el aire durante varias semanas o durante meses, y que está conectado mediante un cable a la estación base en tierra. Como el cometa está en continuo movimiento, el cable necesariamente se mueve hacia arriba y hacia abajo, y de esa forma genera electricidad. En realidad, es un principio similar al que permite a la dinamo de una bicicleta producir energía. De esta forma podemos producir hasta 100 kilovatios de energía diarios, lo que serviría para atender las necesidades de doscientos hogares. Es un claro ejemplo de energía gratuita, de energía local, una forma muy concreta de describir un futuro libre de polución. Creo que la Smog Free Tower y el Van Gogh Path en cambio, son más bien maneras de influir poco a poco en la realidad social para impulsar esa mejora a más largo plazo. No sé, cada proyecto depende de mis inquietudes personales, tiene que ver con el entorno que nos rodea, pero también con mis propias obsesiones. No puedo negar que me influyó personalmente la contaminación de Beijing y que esa impresión tan intensa me llevó a concebir la Smog Free Tower ¿por qué? Es una especie de impulso que nos lleva a buscar algo nuevo. Creo que el oficio de diseñador, o el trabajo de cualquier creador, consiste en hacer propuestas a partir de su manera de ver el mundo. La vida no es estática, es más bien algo líquido, y… mi trabajo, en cierta medida, consiste en desencadenar procesos que mantengan viva la curiosidad. Eso es lo que hago. Ha sido impresionante trabajar con los gobiernos de los Países Bajos, de China, de Canadá y de la India. Se debería invertir en estas nuevas ideas con la intención de hacer lugares que sean mejores para la gente. Eso es fascinante.
Comenzaste de una forma mucho más modesta, tu solo. Pero ahora tienes detrás de ti un equipo de dimensiones importantes, incluso, una delegación en China. ¿Controlas todos los proyectos en los que está involucrado el estudio?
Sí, es cierto, todo ha cambiado, absolutamente. No sólo el equipo, que es ahora más numeroso, sino también la dimensión de los proyectos, el tiempo que precisan, los presupuestos que mueven y la complejidad de todos ellos. En cierto sentido, los proyectos son criaturas mías, sin duda, pero eso no significa que tenga el control absoluto de cada uno. Todos los lunes vengo al estudio para verlos en detalle, y luego vuelvo a alejarme de ellos. Quien gestiona cada propuesta y los diseñadores que forman parte del equipo siguen trabajando en ella y aportando sus propios conocimientos y sus ideas. De algún modo es como una especie de conexión y desconexión, yo soy el editor final, pero también quiero concentrarme en las próximas ideas, en las nuevas propuestas. Me gusta trabajar así. Al principio, cuando empezaba, lógicamente, sólo podía hacer un proyecto cada vez, y eso era todo. Pero cuando adquieres más experiencia, tienes ganas de hacer más proyectos, porque te gusta explorar cosas nuevas, y también es agradable interactuar para aprender de otros, para compartir conocimientos y experiencias, en definitiva, para crear algo nuevo. Me gusta rodearme de gente que trabaje mejor que yo. Así puedo concentrarme en aquello en lo que soy realmente bueno, y puedo mejorar día a día.
En tus proyectos parece haber un sello personal, ¿hasta qué punto puede armonizar esa actitud personal con el trabajo de un equipo grande?
No sé, la verdad. Creo que todo cambia, pero también creo que nada cambia, que todo sigue siendo igual. Quiero decir que las herramientas son distintas, el equipo es otro, los procesos son diferentes, pero, al mismo tiempo, sigo siendo yo mismo, movido por una ilusión o, si quieres, por una obsesión. Nos ponemos a trabajar, y hacemos que todo eso se haga realidad. Me gusta esa sensación de volver a hacer cosas importantes, que no se quedan escondidas en un cajón, que están a la vista de todos, que comprometen a la gente y que salen de la gente. Eso significa hacer unas veces de empresario, otras, quedarme en silencio o animar a la gente, o dejar hacer. Lo que sea para que estos sueños se hagan realidad. Hago cosas, pero, a su vez, esas cosas también me hacen a mí, y esa interacción, a mi entender, caracteriza la propia evolución del ser humano. Hace millones de años los microorganismos no se dieron cuenta de que poco a poco se irían convirtiendo en humanos, y de la misma manera, dentro de millones de años el sol explotará y la tierra dejará de existir, y así con todo. Nunca podemos imaginar lo que nos separa del futuro. Lo que podemos hacer es mantener viva nuestra curiosidad, darnos cuenta de nuestros errores, tratar de aprender de ellos y no pensar en términos de opiniones, sino de propuestas. Lo que me gusta de nosotros es que trabajamos duro y lo que hacemos está a la vista de todos. Podemos ir a China y ver la Smog Free Towers, algo muy físico, algo importante para provocar un cambio.