«Ha sido un camino pedregoso, pero hoy, los productos están posicionados en tiendas y museos muy lindos que entienden y valoran el diseño hecho a mano».
“Asumimos la imperfección como parte esencial de la belleza del objeto”, adelanta Agustín Elizalde Urzúa, socio fundador y director creativo Estudio Pomelo, a quien pudimos conocer y entrevistar en nuestro viaje a Guadalajara, México. Arquitecto por ITESO con máster en Crítica y Proyectos de la Universidad Politécnica de Cataluña y autor de varias publicaciones relacionadas con la conservación del patrimonio cultural, desde su emprendimiento diseña y produce bellísimas piezas textiles, en cobre, barros o madera, en colaboración con artesanos, realzando las técnicas tradicionales mexicanas.
-¿Cómo y cuándo nace la marca?
-Estudio Pomelo nació en enero del 2005, como una plataforma para despegar varias ideas sobre arquitectura, interiores y diseño. Al principio no tenía nombre, pero queríamos algo que apelara a todos los sentidos, combinable, fresco y liviano… pues Pomelo.
-¿Por qué el trabajo con artesanos?
–Crecí en pueblitos. Desde pequeño, tenía una relación muy cercana con los objetos cotidianos y con lo hecho a mano: la taza del café, la cobija, las tortillas. En mi entorno esas cosas son muy apreciadas. En mis primeros proyectos de interiores empecé a echar mano de esos objetos que me eran cercanos. Primero comprando, metiendo un poco la mano para aprender, y después, delegando la creación en los expertos. Muchos de los artesanos que conocí cuando era niño ya no están, y sus saberes se han ido perdiendo. Ahí nació la idea y el compromiso de colaborar para preservar. He publicado algunas cosas sobre patrimonio arquitectónico, con la premisa de que no se puede querer, y por tanto conservar, lo que no se conoce. Los textos van por ahí: poquillo de historia, poquillo de poner en valor arquitecturas que son cotidianas para los habitantes de la ciudad.
-¿Cuál fue la primera experiencia colaborativa?
–La primera experiencia de colaboración formal fue con tapeteros de Teotitlán del Valle, en Oaxaca, alrededor del 2.004. Entonces, solamente seleccionaba los colores, pero los diseños eran tradicionales de la familia. En el 2.011, conocí a Pedro Mendoza y Carmela Sosa, y nos aventuramos a hacer diseños que se adaptaran más fácilmente a la vida urbana contemporánea. Nos gustó mucho el resultado y desde entonces colaboramos muy felizmente.
-¿Hoy con cuántos tipos de materialidades y técnicas trabajan?
-Luego de los tapetes vino el cobre, con la familia Barba en Santa Clara, Michoacán. Empezamos con la serie de floreros Mayo. Después de eso, hemos diseñado objetos que se producen en varias técnicas: telas de algodón, cerámica, barro, vidrio vaciado, madera, piedra y palma.
– ¿De qué producto o colección estás más orgulloso?
– Eso no se puede decir, jaja. Los proyectos son como los hijos, a todos los quiero igual. Los que más me han hecho aprender y profundizar los vínculos con las personas son los tapetes y el cobre.
-¿Cuál es su mercado? ¿Los clientes valoran este cruce entre artesanía y diseño?
-Ha sido un camino pedregoso, pero hoy, los productos están posicionados en tiendas y museos muy lindos que entienden y valoran el diseño hecho a mano. En ese caminito de casi 20 años, me he topado con gente increíble de la que he aprendido un montón; personas súper generosas que comparten sin reservas lo que tienen y lo que saben, que entienden el valor de trabajar en comunidad, el valor de crecer juntos.