Oda al teléfono móvil ético
Tan solo el año pasado, la cifra de teléfonos móviles en circulación ascendió a 5.000 millones de unidades en todo el mundo. Este aparente éxito económico esconde una terrible realidad donde las grandes multinacionales someten con salvajes prácticas a los pueblos del tercer mundo, abocando sus culturas a la ruina, destruyendo su tejido social y contaminando brutalmente el planeta. Por suerte, no todos los smartphones son iguales. Esta es la historia de un teléfono que quiere cambiar las reglas del juego. Esta es la historia de un teléfono ético. Esta es la historia de Fairphone.
Coge tu teléfono móvil. Quítale la carcasa. Retira la batería. Desenrosca los tornillos y aparta los soportes interiores. Despójalo totalmente de todos sus accesorios, si es necesario rompe la pantalla. Abre en canal sus entrañas y deja al desnudo sus circuitos. Ahora, busca entre sus cientos de piezas un pequeño microprocesador de color amarillo. A este componente se le llama condensador y gracias a él los teléfonos pueden almacenar grandes cantidades de carga eléctrica. Sin los condensadores no existirían los teléfonos móviles, ni los ordenadores, ni probablemente cualquier tecnología electrónica. Lo que posiblemente no sepas es que la gran mayoría de los condensadores están fabricados con tantalio, un metal muy poco común. Y lo que es más importante, que para que hoy puedas tener un teléfono móvil han tenido que morir seis millones de congoleños.
África y la maldición del coltán
Se estima que más de la mitad de las reservas mundiales de tantalio se encuentran en la República Democrática del Congo. El control de las minas de coltán, el mineral del que se extrae este preciado metal, ha desatado en el país centroafricano una guerra salvaje donde colisionan los intereses de nueve estados africanos y más de 20 grupos armados. Su explotación ilegal ha financiado matanzas, violaciones y otros crímenes de guerra. No solo eso, sino que además los mineros congoleños han sufrido y sufren unas condiciones de trabajo infrahumanas: jornadas interminables, ausencia total de medidas de prevención ante riesgos laborales, explotación infantil, salarios paupérrimos… Mientras tanto, las multinacionales occidentales hacen la vista gorda y compran a un precio ridículo el tantalio de los grupos armados. Y lo mismo ocurre con otros componentes igual de valiosos para la industria tecnológica, como el tungsteno, el estaño o el oro. Este es solo uno de los muchos retos a los que se enfrenta Fairphone.
El proyecto nace allá por 2010 en los pasillos de la Waag Society, una institución sin ánimo de lucro que desde Ámsterdam da cobijo a iniciativas de innovación social y cultural. En sus laboratorios trabajan conjuntamente programadores, ingenieros, biólogos, makers, arquitectos, artistas, médicos, profesores y, por supuesto, diseñadores. Bas van Abel es uno de ellos, además de director creativo de la institución hasta 2013. Y como diseñador que es, está más que acostumbrado a destripar ordenadores y otros periféricos electrónicos. Y, claro está, teléfonos móviles, uno de los tótems de nuestra sociedad digitalizada. Justo por aquel entonces, van Abel empieza a interesarse no solo por la vertiente tecnológica de los smartphones, sino también por su dimensión más social. Así comienza a indagar en el origen de sus componentes electrónicos y en cómo su extracción, procesamiento y manufacturación afectan a las sociedades que los producen. Pronto descubre la cara menos amable de la tecnología: que la extracción de coltán en la República Democrática del Congo, por ejemplo, ha financiado el conflicto bélico más sangriento desde la II Guerra Mundial o que las jornadas de trabajo de los operarios chinos que montan los dispositivos pueden alargarse hasta las 60 horas semanales.
Esta realidad lleva a van Abel a fundar Fairphone. Su objetivo es claro: denunciar las malas prácticas de las grandes multinacionales y alentar un cambio en las condiciones laborales de los trabajadores. En un primer momento, se dedican a actuar en el campo de la comunicación, promoviendo iniciativas que denuncien los abusos que sufren los países de África Central. Pero pronto la empresa se topa con problemas como la falta de transparencia de las multinacionales o la complejidad de la cadena de producción. Es entonces cuando se plantea una alternativa: ¿por qué no crear nosotros mismos un teléfono móvil que ponga los valores sociales en primer lugar? Tres años después nace el primer smartphone justo del mundo.
El teléfono no tiene nada que envidiar a los productos estrella de Samsung o Apple, pero lo más importante no son sus características técnicas, sino la seguridad de que el tantalio y el estaño que configuran sus circuitos se han extraído de minas que no financian guerras ni explotan a sus trabajadores. O que de los 325 euros que cuesta el dispositivo, 22 son destinados exclusivamente a innovación social. O que en la página web de Fairphone se puede encontrar un listado detallado de los proveedores que han intervenido en su fabricación, haciendo transparente toda la cadena de suministros.
Sin duda, mucho más de lo que pueden decir el resto de compañías. Este giro en su estrategia les permite no solo enfrentarse directamente al problema, sino también entender toda la complejidad que acarrea la producción de un teléfono móvil. Solo de esta manera se pueden proponer alternativas realistas que sean, al mismo tiempo, económicamente viables y socialmente sostenibles. Y la primera decisión de peso que toma Bas van Abel es la de no prescindir de la mano de obra de los países centroafricanos.
La extracción de coltán se mantiene en la República Democrática del Congo, concentrándose incluso en los focos de mayor conflicto. Eso sí, las condiciones laborales mejoran ostensiblemente. Por primera vez, el minero congoleño puede trabajar con uniforme y maquinaria, sin poner en riesgo su vida. Además, se prohíben las prácticas de trabajo abusivas, entre las cuales destaca la explotación infantil, y se asignan unos salarios que permiten llevar una vida digna. Del mismo modo, se reduce la polución medioambiental producida por la extracción de minerales que, por cierto, está acabando con la población de gorilas de la región. El objetivo con todo ello es empoderar a los trabajadores para que sean dueños de su destino y puedan luchar por sus intereses.
Otro de los frentes de batalla de Bas van Abel es medir el impacto ecológico y social de los teléfonos móviles a lo largo de todos los eslabones de su cadena de producción. Esto significa actuar no solo en la extracción de minerales, sino también responsabilizarse de otras fases como la manufacturación. Las fábricas de montaje de Fairphone se localizan en China, un país que no goza precisamente de una gran reputación en lo que respecta a derechos humanos. No obstante, y al igual que en el país africano, todos sus operarios trabajan en unas condiciones laborales justas y bien remuneradas. En este caso, la innovación social llega incluso a buscar el fortalecimiento del trabajador en los comités de representación y, si es posible, a hacerle partícipe de la toma de decisiones de la propia estrategia de la empresa.
Código abierto
La responsabilidad alcanza también al propio uso del dispositivo. Fairphone apuesta por un modelo de innovación abierta en el que el usuario pueda modificar libremente su propio teléfono móvil. Esto quiere decir que, al contrario que con otros entornos de diseño cerrados, el consumidor es libre de modificar el código del sistema operativo o reemplazar cualquier pieza de hardware deteriorada. Con ello se busca empoderar a la comunidad de usuarios —tal y como afirma Bas van Abel, “si no puedes abrir tu teléfono, no te pertenece”— y convertirles en codiseñadores. Pero, también, se quiere alargar la vida de nuestros smartphones, reduciendo la basura tecnológica que generamos —más de 50 millones de toneladas al año— y contribuyendo a crear un mundo más limpio.
Aún así, es inevitable que tarde o tempra no nuestros teléfonos portátiles acaben por averiarse. Y cuando su vida útil finaliza, los desechos electrónicos terminan sus días en vertederos ilegales situados en los países de los que se extrajeron los minerales, cerrando así un ciclo letal en el que el tercer mundo acaba siempre perdiendo. Para luchar contra esta situación, Fairphone colabora con proyectos de recogida de desechos en Ghana, lo que por el momento les ha permitido recuperar más de 75.000 dispositivos. No es que sean muchos, pero es un comienzo prometedor. Aún queda mucho camino por recorrer. Tal y como reconocen sus creadores, a día de hoy es imposible fabricar un teléfono móvil que sea 100% justo. Y la propia filosofía de Fairphone pasa por marcarse hitos que cumplir progresivamente, sin prisa pero sin pausa. La segunda generación del teléfono, que verá la luz a finales de verano, ha sido diseñada íntegramente por el equipo de desarrollo de la empresa holandesa, ganado así un mayor control en la selección de los distintos componentes. Además, la arquitectura del hardware será más abierta que nunca, lo que permitirá que el usuario pueda reparar su dispositivo con mayor facilidad, incrementando así su longevidad. Quizás este nuevo Fairphone no destrone a Apple o a Samsung de su trono tecnológico, pero es un primer paso. Y los grandes cambios siempre comienzan con pequeños gestos.
NOTA: Fairphone, el teléfono que quiere cambiar las reglas del juego, es un artículo escrito por Alberto Peñalver Méndez, incluido en el número 69 de Experimenta. Puedes encontrar este edición y muchas más en nuestra tienda online.
es loable otra iniciativa a favor de que las cosas vayan mejor pero mentir no es una de ellas. Si hay 5000 millones de moviles y cada movil que se fabrica mueren «Y lo que es más importante, que para que hoy puedas tener un teléfono móvil han tenido que morir seis millones de congoleños»
…… demagogia barata no
Buenos días Paco. Puede que esas lineas desentonen un poco con el objetivo del artículo pero no por eso dejan de ser ciertas. La propia tragedia minera de este país en concreto fue el desencadenante de este proyecto. Seguramente por eso el autor se tomo esta licencia.