Básica, limpia y funcional
Un listón de madera cortado en once partes iguales es el origen de esta silla, cuyo nombre, Hamaika —once en euskera—, hace referencia al número de piezas que la componen. «Me gusta la idea de transmitir al usuario cómo me siento al crear un objeto, y hacerle partícipe del proceso de construcción, totalmente manual», cuenta su autor, Unai Rollan. Un diseñador de producto e ingeniero vasco, para quien es fundamental poder compartir con todos, incluso con los más pequeños, su lógica constructiva, que ha creado un objeto completo y muy funcional a partir de once piezas sencillas e idénticas. «Elegí la silla por ser el objeto que, utilizado en el día a día, lleva implícito un sentimiento de propiedad incluso entre los miembros de una misma familia (la silla pequeña es siempre la del niño pequeño)» comenta. Para el diseñador, la forma más pura de transmitir «la sensación de construir tu propia silla» es a través de listones de las mismas dimensiones, centrándose en la lógica del ensamblaje y no en las formas de las piezas. Una construcción básica, limpia y funcional, donde el proceso de sentir, tocar y trabajar el material es fundamental.
Reducir al mínimo el uso de herramientas
Para lograr las dimensiones adecuadas del asiento y del respaldo, y respetando siempre la altura de la silla de un niño, se llevaron a cabo pequeñas maquetas y muchas pruebas. Rollan, que ha tratado de reducir al mínimo el uso de herramientas en el proceso y sacar el máximo rendimiento a la fabricación a partir de los recursos disponibles, ha apostado por la sostenibilidad, tanto ecológica como económica. «Diseño y trabajo con materiales naturales, como la madera, la piedra o el mármol, por las sensaciones que me transmiten a través de su pureza, textura, tacto y color. Siempre buscando la sencillez y la funcionalidad con diseños que perduran en el tiempo», apunta el diseñador, que ha elegido el pino Abeto, pensando en las características de la silla. Un material muy agradable al tacto, de bajo coste, gran accesibilidad y facilidad para trabajarlo, perfecto para una silla que, destinada a los niños, tiene un periodo de uso limitado; y que además permite a los más pequeños pintarla y personalizarla sin límites.
Aunque actualmente vive en San Sebastián, la ciudad donde nació y creció, Unai Rollan ha pasado diez años entre Milán y Barcelona. «Aunque mi pasión por el diseño viene de la infancia, fue en estas dos ciudades donde aprendí a valorar el trabajo de los pequeños y grandes diseñadores» señala.