Escribir un artículo sobre La Botija, diseñada por Narcís Díez Belmonte me trasporta a tiempos luminosos de mi infancia, donde el uso de los objetos de barro era habitual. La familia de los cántaros que agrupa a los contenedores de líquido realizados en barro cocido, son una muestra de ellos. Estos objetos cumplen la función esencial de mantener el agua fresca mediante el fenómeno de la transpiración, siempre dispuestos para “dar agua al sediento”. Entre ellos, la botija original que en su forma y tipología es diferente al botijo, aunque tiene cierto parecido y una misma utilidad: beber agua, “al gallo” o vertida en un vaso.
Podríamos decir que estos dos recipientes, botijas y botijos, participan de un “aire de familia”, aunque la botija se acerca más al uso especializado, como en el caso de la botija de carretero, abultada por un lado y plana en el opuesto para que pueda acoplarse, asentarse o colgar en los laterales de los carros arrieros. Etimológicamente, la palabra botija, en latín butticula, está formada por la palabra buttis (tonel, barril, bota de cuero) y el sufijo culus (pequeño). La palabra botella también procede de la palabra butticula que a través del francés bouteille deriva en castellano como botella.
A lo largo de la historia, las butticulas de barro han servido para refrescar el agua, al generar el principio físico de “enfriamiento por evaporación” (A una temperatura ambiente de 30º C y una humedad del 40%, estos recipientes pueden enfriar el agua de su interior unos 10 grados en apenas una hora, manteniéndola fresca. Unas 500 calorías por cada gramo de agua evaporada). Este principio ha sido empleado desde la antigüedad, por las culturas mesopotámicas, griega, egipcia o árabe para reducir la temperatura del ambiente circundante, generando un intercambio de energía con el aire.
Cuando vi esta botella por primera vez comprendí que Narcís había derivado su propuesta hacia una nueva tipología de objeto acorde a nuestro tiempo. La elección del gres blanco cocido como material, sus dimensiones 211 x 109 x 75 mm, peso en vacío 450 g y capacidad 550 ml, son más cercanas a las de las botellas actuales. En su ejercicio, enlaza la butticula utilizada en las antiguas civilizaciones mediterráneas con tipologías industriales más cercanas en cuanto a sus medidas, como la botella tradicional de vidrio y también la de plástico de uso personal. Además podríamos decir que en La Botija hay elementos que persisten, destacados en la forma y el material.
Los procesos de diseño y elaboración de las piezas se realizaron en estrecha colaboración con un grupo de hasta siete artesanos y técnicos cerámicos en diferentes fases desde su inicio. Con la experiencia del barro, se establecen sugerencias y propuestas a los problemas surgidos. En una acción coherente con la materialidad, confluyen la creatividad del diseñador y la capacidad técnica del ceramista. Según Flusser: ”(…) el material que traba el arte, téchne, confiere una forma a un material amorfo (desde el concepto o la acción directa antecedida) como la madera, piedra, barro, bronce, cerámica, etc., mediante la mano o el acto de un artista-técnico, que hace que la forma aparezca en la materia amorfa”.
Podríamos ordenar la descripción y el diseño de La Botija, en dos etapas:
En la primera etapa visualizamos la ordenación de sus elementos coherentemente en cuanto a su sencillez funcional, situándolos y ordenándolos mediante la proporción, excelentemente declinada con respecto a la función y uso del recipiente. La pieza se inspira en las geometrías observadas en el Panteón de Agripa para resolver su propia solución formal basándose en la esfera como módulo regulador geométrico. La esfera que dibuja la cúpula y determina la altura del Panteón regula su proporción, así como prefigura en parte su sección. Esta esfera es el módulo que corona La Botija y que se repite tres veces para definir su altura. La anchura de la pieza corresponde al diámetro exterior del edificio. Desde este canon geométrico, se sitúan en la cúpula los dos elementos funcionales: la boca y la cánula. El óculo y el frontón del edificio inspiran a la boca y a la cánula en sus proporciones y también simbólicamente. Estos dos elementos girados 45º determinan la igualdad de movimiento en el llenado y escanciado de La Botija, facilitando su ergonomía. Las estrías aparecen en los dos tercios inferiores de la botella no ocupados por el edificio.
La decisión de trasferir los trazados geométricos y las proporciones de un edificio como el Panteón de Agripa demuestra la universalidad de estos procedimientos geométricos áureos que se pueden encontrar en la naturaleza, así como también en la cotidianidad. Un ilustre precedente son los vasos cerámicos en Grecia, en los que se utilizaba una estética aplicada desde las proporciones, mediante los trazados armónicos. Un ejemplo notable son los vasos cerámicos Kylix, donde se utilizó el trazado armónico geométrico como se hiciera en la arquitectura. El vaso cerámico Kylix, encuadrado por el rectángulo en el que se superponen cuadrados, configura el trazado geométrico para conseguir rectángulos áureos. También podemos observar esta armonía en los vasos Stamnos y Kantharos. W. Tatarkiewich, en su obra “Historia de seis ideas” expone: “Como el Gran Ordenador del Timeo, el arquitecto ha recortado, desarrollado, sus cortejos de formas; ha «armonizado» relacionado sus acordes, llenando los intervalos por medio de las medidas (…)”
En la segunda etapa podríamos empezar diciendo que las determinaciones formales de este producto son consecuencia no solo del diseñador; también la influencia de todo un corolario, de condicionamientos y factores que vienen de exigencias extrínsecas, interesadas o intrínsecas, que finalmente se convierten en decisiones “esenciales”. Estos condicionamientos han estado presentes durante el proceso del proyecto en lo que se refiere a la forma, función, uso y fabricación del futuro producto. Su elaboración estaría condicionada por exigencias del material, un ejemplo sería, cómo los cálculos de reducción de las medidas de la pieza durante su cocción, deben ajustarse a los requerimientos y objetivos que debiera alcanzar la pieza, en cuanto a geometría o forma final.
La forma del producto, desde la disposición de sus “elementos”, es identificable, a pesar de que no se adscribe a ninguna tipología, sino que propone una nueva y reconocible desde sus elementos significantes, pero persistentes en la memoria colectiva. Lo más característico es la interpretación desde la participación tipológica entre La Botija y la botella, no entendido el producto como hibrido, sino como un todo, en donde los elementos de este producto están situados en su justo espacio, respondiendo positivamente a su forma y función.
La Botija, es un objeto seductor que ocupa un espacio simbólico, reafirmando la identidad de quien la posee. Es un objeto del hogar “que está a la mano”, presente y al mismo tiempo admirado. Como diría Donald A. Norman: “los objetos del hogar pueden brindar oportunidades para la estimulación directa del fluir, influir (…), al atraer la atención de las personas”. Se podría entrever la experiencia de este producto como la emoción producida por la pericia, el placer de que puede inducirnos a la reflexión, el fluir de los recuerdos o adquirir sentido durante su fruición, el hábito, la sensibilidad o la contemplación”.
La Botija es un producto cercano, mediante sus dimensiones, permite una óptima manejabilidad. Se ha intentado que el producto desde su fruición-forma sea reconocible desde lo cercano, consustancial para el usuario. Este producto pretende estar presente, “a la mano” y no solo desde aspectos funcionales, sino ir más allá, como por ejemplo, ganar su derecho a ocupar un espacio para ser sólo admirado. Las cosas van más allá de la experiencia práctica y cotidiana, nos relacionamos, reflexionamos o emocionamos, se adquieren significados relevantes; vivir sin los objetos sería difícil. Como personajes de una obra calderoniana, los objetos, interpretan su propio papel, y viven en un “más allá” complejo, difícilmente descifrable.
En la obra “El Rastro”, Ramón Gómez de la Serna narra con emoción el pasado de unas Máquinas de hacer café…”arrumbadas” en una parada del rastro.
(…) ¿Por qué vino a arrumbarse aquí ese artefacto cordial, compensador, irónico, espiritual, pacífico y sedentario que inventaron los hombres para refrigerar al corazón en su expatriación del paraíso? ¿No era la flor de su trabajo, la rica taza caliente y de espeso color que él se preparaba con cuidado y fe, escanciándolo con una ternura y con una gratitud que le compensaba de las muertes que había visto y de los grandes, infinitos y apiadables dolores de su vida?”. Puedo imaginar a Ramón Gómez de la Serna reflexionado también sobre una Botija…”arrumbada en una parada del rastro”, el texto hubiera sido similar.
La primera pieza de La Botija, se coció en el estudio del artista Xavier Monsalvatje. Un año después, durante una jornada de trabajo, Xavier Monsalvatje (Premio Nacional de Cerámica Contemporánea 2023) y Narcís Díez Belmonte volvieron a reunirse en el mismo estudio. Conversaron y fluyeron ideas sobre la pieza y los motivos que inspiraron su diseño: su geometría, su función, su nombre y sus raíces que fueron ilustrando en la epidermis de La Botija, a la que posteriormente denominaron «La Botija Ilustrada». Mediante líneas estructuradas, Xavier Monsalvatje, formaliza contornos, expresando cualidades referentes, describiendo la esencia generativa del producto, el canon geométrico sintetizado, expresado, “grafiado”, sobre su superficie, mediante pincel, aplicando el color azul cobalto. Durante esta fructífera reunión, ilustran ocho piezas, expresando esquemáticamente en la superficie el trazado geométrico de La Botija. Desde mi atrevimiento, también hubieran podido llamarla “La Ilustre Botija”. William Blake escribió: «La gran regla de oro del arte, como también de la vida, es ésta: Cuánto más clara, marcada y fuerte la línea límite, más perfecto el trabajo de arte.»
El planteamiento estético de la Botija tiene una lectura paradójica, funde el leguaje arcaico y el de la modernidad. Formalmente, en la modernidad, sus estrías habrían sido producidas industrialmente, mientras que en La Botija se consigue artesanalmente mediante el torneado del modelo. La forma estriada es un signo y expresión característica del arte contemporáneo, sobre todo de la arquitectura futurista o el Art Déco que observamos en las composiciones formales de la arquitectura y el urbanismo de Sant´Elia o también en el diseño, mediante la aplicación de planchas corrugadas, como las que fueron utilizadas en las carrocerías de los vagones del tren Talgo III-RD, el camión Pegaso Z206, las furgonetas Citroën Type H y 2 CV o también las piezas fresadas producidas por tornos industriales en aluminio o acero. Este objeto busca la unión de los lenguajes, clásico y moderno. Las estrías por analogía situarían este producto en nuestro tiempo. Este estriado, dispuesto periféricamente en la superficie, busca la sensibilidad al prender La Botija. En ergonomía hay dos escuelas: la escuela europea y la escuela americana. La escuela europea buscaría sencillez de las formas y texturas apresables, mientras que en la escuela americana la solución sería el acople anatómico. Claramente en el caso de La Botija se adoptó el planteamiento ergonómico de la escuela europea.
Narcís Díez Belmonte ha buscado la excelencia del producto en cada momento, en las soluciones de sus proporciones formales y funcionales. La pericia, en su elaboración desde el material, en su textura. La superficie, desde los enmarques geométricos interpretados con maestría por Xavier Monsalvatje en su versión “ilustrada”. En fin, desde la interacción efectiva y afectiva de quien lo utiliza, es un producto “a la mano” que también forma parte de un espacio con sentido, para “quienes lo vivan verdaderamente”. Parafraseando al geómetra Giovanni Cutolo, este objeto bien podría confiarse al cuidado de un “hedonista virtuoso”.
CITAS
01/ Flusser, Vilém. Filosofía del Diseño. ed. Síntesis, Madrid, 1993.
02/ Ghyika, Matila C. El número de oro I. los Ritmos. ed. Poseidón, Barcelona, 1978.
03/ Ghyika, Matila C. La estética de las proporciones en la naturaleza y en las artes. ed. Poseidón, Barcelona, 1953.
04/ Tatarkiewicz, W. Historia de las seis ideas. ed. Alianza, Madrid, 2002.
05/ A. Norman, Donald. El Diseño emocional. ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 2005.
06/ De la Barca, Calderón. El gran teatro del mundo. El gran mercado del mundo. ed. Cátedra, Madrid, 2005.
07/ Gómez de la Serna, Ramón. El Rastro. ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2001.
08/ J.J. Beljon. Gramática del Arte. Celeste ediciones, Madrid, 1995.
09/ Pevsner, Nikolaus. Los orígenes de la Arquitectura y el Diseño moderno. ed. Destino, Barcelona, 1992.
10/ Cutolo, Giovanni. Lujo y Diseño. ed. Santa & Cole, Los ojos fértiles, Barcelona, 2005.
11/ Monsalvatje, Xavier. https://xaviermonsalvatje.com/
12/ Díez Belmonte, Narcís. https://diezbelmonte.com/
FOTOGRAFÍAS DEL ARTÍCULO
Juan Martínez Lahiguera / ig @juanmartinezlahiguera / https://martinezlahiguera.com