El artista falleció a los 87 años
Considerado uno de los escultores más relevantes de Estados Unidos, Robert Morris ha sido, junto a Donald Judd, el encargado de expandir los principios del minimalismo y convertirlo en la tendencia escultórica por excelencia de los años 60 en el país norteamericano.
Nacido el 9 de febrero de 1931 en Kansas City, Morris estudió arte en el Instituto de Arte local y en la Escuela de Bellas Artes de San Francisco. A principios de la década del 50, vinculado esencialmente al expresionismo abstracto, presentó sus primeras pinturas y se sumó a proyectos en otras disciplinas, como el teatro, el cine y la danza.
Protagonista de las vanguardias
En 1959, se mudó a Nueva York, donde se inclinó hacia la escultura y, rápidamente, comenzó a formar parte de la escena artística local. En su obra deja ver la influencia de Marcel Duchamp y Jasper Johns, que se revela a través de ingeniosos juegos de palabras, paradojas y detalles autoreferenciales. Cinco años más tarde, realiza una exhibición en la Green Gallery, en la que una serie de volúmenes geométricos, de distintos tamaños, elaborados en madera enchapada y pintados de gris, se presentan colgados o apoyados en el piso. La simpleza de este evento llamó la atención, positiva y negativa, de los críticos, y terminó de posicionar a Morris como un actor central en la vanguardia de la época.
Difícil de encasillar
Creador de una obra difícil de encasillar, tiempo después se acercó al land art, al arte procesual y a las instalaciones, estilos por medio de los cuales expresó su interés por el poder, la política, y sus miedos ante la posibilidad de una guerra nuclear. A lo largo de su carrera escribió distintos ensayos sobre teoría escultórica, así como sobre la producción de otros artistas, mientras que museos de todo el mundo reconocieron su trayectoria, como la Tate Gallery y el Guggenheim de Nueva York, que en 1971 y 1994, respectivamente, albergaron su retrospectiva.
Enfermo de neumonía, Robert Morris falleció el pasado 28 de noviembre en Kingston, Nueva York. Su prolífero legado no solo revela su relevancia artística, sino que lo consagra más allá del minimalismo, en un reconocimiento a la libertad creativa que representó a lo largo de toda su carrera.