Dotar al espacio de una cierta pátina antigua
El estudio de interiorismo de Jordi Ginabreda ha sido el encargado de llevar a cabo el proceso de transformación del patio del restaurante de tapas La Bona Sort en Barcelona, un restaurante situado en un antiguo caserón del siglo XVI y con una larga historia a sus espaldas que el estudio ha sabido aprovechar para dotar al espacio de una cierta pátina antigua.
El restaurante La Bona Sort se encuentra en pleno centro de Barcelona, ubicado en un caserón con siglos de historia que ha albergado desde un hostal —Hostal de la Bona Sort— hasta una bodega de vinos a granel. En la actualidad, el restaurante está regentado por la tercera generación de una misma familia y sigue conservando las características de los hostales de antaño: un gran patio, un altillo y las cuadras. Y precisamente aquí, en lo que antiguamente eran las cuadras, es donde se ubica el actual establecimiento cuya terraza se extiende hasta el antiguo patio de acceso.
El estudio de interiorismo de Jordi Ginabreda ha sido el encargado de actualizar el patio del restaurante, un espacio donde los muros y los arcos de piedra son los principales protagonistas. Un arco de ladrillo visto franquea el paso al patio descubierto por el que se accede a los tres porches que configuran los 300 metros cuadrados de terraza, donde se ha conservado el pavimento de piedra original para unificar visualmente las distintas zonas cubiertas y descubiertas que conforman la terraza.
Uno de los porches ocupa el antiguo acceso desde la calle. Las paredes de esta especie de pasadizo cubierto están forradas de la misma capa de madera de roble envejecido que cubre el comedor principal del restaurante, creando así una línea de continuidad entre ambos espacios.
Al fondo de la terraza se encuentran los otros dos porches. Uno de ellos juega con la historia del edificio, y el paso del tiempo queda evidenciado en una de sus paredes, donde se ha dejado que musgos y líquenes crezcan sin control. El espacio cuenta también con un banco perimetral de madera envejecida.
El tercer porche se ubica en los antiguos almacenes, de cuyos techos cuelgan las sogas que en el pasado se usaban para fijar los equipajes de los viajeros en sus carruajes. El espacio lo ocupan dos grandes contenedores forrados en tricapa de abeto y lacados en azul mate que contienen en su interior dos bancos y una mesa. Una especie de reservados que parecen flotar en el espacio y que son la apuesta más audaz de toda la intervención.
La unión de pasado y presente se completa con la elección del mobiliario y la iluminación. La mezcla de sillas y mesas de diferentes colores y acabados, así como los distintos tipos de iluminación, le dan el toque actual a esta propuesta de arquitectura interior que ha apostado por potenciar los aspectos más característicos de un edificio con 5 siglos de historia.