A menudo tengo la sensación de que las y los profesionales del diseño «vendemos el pescado» a quienes ya nos lo ha comprado. Lo que quiero decir es que me da la impresión de que a nuestros eventos solo asistimos los que pertenecemos al «mundillo», que nuestras publicaciones solo las leemos entre nosotros y que rara vez hablamos de diseño con personas que no son especialistas en nuestro campo, si no es para explicar (y justificar) lo que hacemos.
Me diréis que eso es lo normal; que sucede en todas las profesiones y ámbitos de especialización y tendréis razón, pero considero que solo hasta cierto punto, porque, en mi opinión, lo que diferencia al diseño de buena parte de otras áreas de conocimiento es su cotidianeidad, su ubicuidad, su transversalidad y su capacidad para ser una disciplina inter y transdisciplinaria.
Otro día, seguramente, escribiré con más detenimiento sobre ese carácter inter y transdisciplinario, pero, por ahora, me gustaría invitaros a reflexionar sobre la invisibilidad del diseño fuera del diseño, mientras, paradójicamente, está en todas partes y lo está, cada día más, en nuestras sociedades informacionales, caracterizadas por el creciente valor de lo intangible y la importancia que adquieren los productos del conocimiento.
Por eso, en mi afán de sacarlo de su propio mundo para que llegue a otros mundos —que son, también, los nuestros—, últimamente asisto y presento mis investigaciones en más congresos y seminarios de trabajo social, derecho o cualquier otra disciplina relacionada con las ciencias sociales, que de diseño.
No es esnobismo. Simplemente es que estoy empeñada en que tengamos una mayor visibilidad en espacios en los que, a menudo, ni se piensa en lo que hacemos porque se nos relaciona, casi exclusivamente, con unos dominios empresariales o artísticos, en los que no parecen tener cabida los «grandes temas» que afectan a la humanidad, esas cuestiones (cambio climático, pobreza, brecha digital, salud, migraciones masivas, envejecimiento de la población, etc…) realmente importantes y que son las que tienen que ver con el bienestar de los seres humanos y con la sostenibilidad medioambiental.
Sin embargo, en esos eventos en los que participo, encuentro siempre muchos puntos en común entre lo que allí se dice y se necesita y «lo nuestro», eso que podemos ofrecer desde el diseño. Percibo, además, numerosos espacios de confluencia profesional y, sobre todo, me doy cuenta de que, aunque no sean conscientes de ello —quizá por desconocimiento sobre el alcance de nuestra disciplina—, los expertos y expertas de los ámbitos relacionados con «lo social» necesitan urgentemente contar con nuestra perspectiva, nuestros métodos y nuestras capacidades, como compañeros y compañeras de viaje (y de experiencias) en un planeta en el que los enfoques disciplinares se están quedando cortos ante una realidad que, a menudo, nos supera individual y colectivamente.
La complejidad de las situaciones a las que se enfrentan las sociedades actuales demanda enfoques amplios y soluciones holísticas y la aparición, desde finales del siglo XX, de nuevos enfoques y ámbitos de práctica, —tanto en el diseño como en otras materias—, permite pensar que nuestra colaboración con otros campos del saber y, más concretamente con las profesiones de ayuda, podría tener implicaciones de un alcance significativo, más allá de los préstamos metodológicos entre disciplinas, que ya son habituales.
Así, por ejemplo, especialidades y perspectivas como el diseño de servicios, el de UX, el diseño sostenible, el diseño para todos, el diseño para el cambio de comportamiento, el diseño participativo/co-diseño, el diseño crítico, el diseño para la innovación social y el diseño social, comparten ciertos intereses con las disciplinas de «lo social», hasta el punto de que sería muy positivo que se crearan equipos interdisciplinares —no solo multidisciplinares como, generalmente, se hace— para abordar de manera conjunta los grandes problemas a los que se enfrenta y se enfrentará la humanidad en las próximas décadas. No olvidemos la importancia que hoy en día asumen los procesos inclusivos y colaborativos y el papel de lo simbólico, así como la necesidad de emplear técnicas e instrumentos polivalentes, a la hora de analizar e intervenir en las realidades sociales, asuntos en los que los investigadores del diseño, así como las diseñadoras y diseñadores, tienen mucho que aportar.
En estos momentos, ninguna disciplina puede encerrarse en sí misma y se ve obligada a buscar el apoyo y la colaboración de otras disciplinas. Amanda Camargo —profesora de la UNAM e investigadora en temas de desarrollo humano— refiriéndose al trabajo social, lo dice muy bien, con unas palabras aplicables a cualquier otra área de conocimiento como, por ejemplo, la nuestra: «Ya no hay espacio para las miradas cercadas; […] se están cuarteando los viejos cristales epistemológicos y teóricos, que habían sido construidos, al mismo tiempo que están apareciendo otros, muy ricos y complejos, que están originando modificaciones en la práctica de todos los sujetos».
Pero esas miradas no «cercadas», abiertas, no significan una renuncia a la propia identidad, ni que esta se desarrolle únicamente a partir de visiones externas y ajenas. De lo que se trata es de acercarse a otras disciplinas, no solo para tomar elementos prestados de ellas (como ya se hace), sino para integrarlos y darles sentido a la hora de entender, explicar, intervenir y, en definitiva, situarse ante la realidad.
De todo esto, quienes, de una manera u otra, nos dedicamos al diseño, tenemos conciencia y convencimiento. Disponemos, además, de buenas referencias que demuestran lo que se puede hacer cuando nos involucramos, al mismo nivel que los profesionales de otros entornos, en proyectos que afectan (y mucho) a la ciudadanía. Ese es el caso de la entrada con fuerza del diseño de servicios y del co-diseño en el ámbito de la salud, —especialmente a través del Co-diseño Basado en la Experiencia—, en países como, por ejemplo, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda, donde se están produciendo notables mejoras desde hace poco menos de quince años.
Como comentaba Ken Friedman en 2003, «un diseñador es un pensador cuyo trabajo es pasar del pensamiento a la acción» y, como tal, despliega su actividad en diferentes dominios del saber. El reto está en que los profesionales que lidian con la complejidad de las situaciones sociales, también nos perciban de ese modo y sepan que, además de una cultura material, podemos establecer, con ellos y con ellas, alianzas duraderas y significativas para abordar situaciones problemáticas o de necesidad, que precisan soluciones profundas, duraderas y sistémicas.
Lamentablemente, me temo que lo que os he contado ya lo sabéis y forma parte de ese «pescado» que, desde hace rato, guardamos en nuestra nevera. Por eso, para dejar de autocomprárnoslo y de vendérnoslo mutuamente, tenemos que concebir y desarrollar estrategias que permitan que nuestra voz y nuestra mirada también se tengan en cuenta cuando se tratan esos «grandes temas», a los que me he referido más arriba. Tenemos que estar ahí no solo como «auxiliares» que aparecen al final del proceso, sino como profesionales que, en plano de igualdad, aportan respuestas y hacen propuestas bien fundamentadas para mejorar vidas. Si lo conseguimos, no solo el diseño saldrá ganando.
Referencias
Camargo, A. (2011). «La investigación transdisciplinaria. Imperativa en Trabajo Social». En Gil, R. (coord.). Memoria del XV Encuentro Nacional y V Internacional de Investigación en Trabajo Social. Chilpancingo de los Bravo, México: Universidad Sentimientos de la Nación A.C., pp. 214-222.
Friedman, K. (2003). «Theory construction in design research criteria: approaches, and methods». Design Studies, 24, pp. 507-522. doi:10.1016/S0142-694X(03)00039-5