Hace algunos meses vino a mi estudio un joven diseñador brasileño, una de esas personas con ojos de esponja que lo miran y se lo beben todo, con la ansiedad de los que acaban de atravesar el desierto del Gobi. Hablamos de Brasil y del trabajo de los diseñadores en Madrid. En un momento de la conversación me dijo: «Acá, en Madrid, se nota mucho el estilo español de diseñar».
En su excelente estudio sobre la vida y la obra del veneciano Aldo Manuzio, un contemporáneo de Pico della Mirandola que supo compaginar la cultura humanística con la vocación de editor, el oficio de tipógrafo y la actividad mercantil del librero, Enric Satué rememora las características del arte de imprimir en los tiempos cercanos a Gutenberg: esto es, cuando una misma persona podía como intelectual concebir un plan de publicaciones y encargar los textos; como regidor de imprenta elegir el papel, los cuerpos, los tipos, el formato y el m
Puede que a algunos les sorprenda saber que el libro impreso (1450) le saca casi un siglo de ventaja al violín (1529). En cambio, la cubierta ilustrada es tan reciente como el fútbol (1899). Entre el violín y el fútbol, el diseño de libros ha rebotado de una artesanía a otra, desde la esplendorosa racionalidad renacentista a la pragmática intuición modernista, con muy diversa fortuna, por cierto.
Como buen especimen «guttenbergiano» soy de los que creen que el mejor maestro no es el que te enseña, para eso están los libros, sino el que te estimula a hacer. Es una gran fortuna tener como maestro a Daniel Gil.