La columna de Eugenio Vega: Suspiros de España
“Una señora se santiguaba antes de acomodarse en el asiento de aquel diabólico carruaje sin caballos. ¡Qué comodidad comparada con la diligencia! Los asientos eran tan blandos, podían estirarse las piernas y había espacio para respirar. Aquí el tren seguía siendo una novedad, por lo que se veía siempre una turba de gente en la estación a las horas de la salida”