Honrar el paisaje de ribera que vio nacer a los primeros habitantes de Corea, cerca de la ciudad Jeongok, reconocer la belleza de las dos colinas que se curvan y las reminiscencias de los meandros de los ríos ahora resecos, y dejar que la sima geológica subterránea cuente la historia de esa tierra, son tareas difícilmente abordables sólo desde la arquitectura.