“Mientras los libros significaban poco para el artesano, el arquitecto lo sacaba todo de sus páginas. La abundancia de literatura proporcionaba lo que merecía la pena saber. La gente no se hace idea de cómo ha envenenado nuestra cultura urbana esta legión de iniciativas editoriales, no es consciente de cómo ha impedido recordar lo qué somos y quiénes somos” (Adolf Loos, 1910).
I
Arkitekten es una serie de televisión noruega compuesta por cuatro episodios de veinte minutos que puede verse en esas plataformas que tanto éxito tienen entre la clase media. Formalmente, la sobriedad caracteriza a la puesta en escena pero, sobre todo, a los intérpretes (Signe Krab Nymann Production Design, 2022). Su limitada expresividad recuerda al programa de Herta Frankel, El país de la fantasía, donde la ratita Violeta pretendía suceder a la perrita Marylín en un universo tan extraño (y distópico) como el que nos ocupa.
Todo sucede en Oslo, la capital del Reino de Noruega, en un futuro cercano donde los perros son paseados por drones y en cuyas calles no se puede estar parado más de cinco minutos sin que te obliguen a tomar algo, como sucede en Pamplona durante los Sanfermines. Sin embargo, los problemas de vivienda son de tal magnitud que se alquilan las plazas de garaje de los aparcamientos por 23.000 coronas (noruegas) al mes para vivir en ellas: “En Berlín es una práctica habitual desde que los coches han desaparecido de las ciudades”, le dice el granuja que alquila a Julie (Eili Harboe) una de esos bonitos rincones de “arquitectura brutalista”. Pero ella no tiene otra alternativa; es becaria en un estudio de arquitectura tan importante que los empleados han de conformarse con cobrar lo que quieran pagarles.
Una de las escenas más emotivas tiene lugar cuando Kaja, una vecina de Julie en el aparcamiento, decide rehacer un banco de la calle con una sierra para que pueda pasar allí las noches su padre que, como tantos otros, no tiene donde caerse muerto. Julie se sienta encima del banco para evitar que sea mutilado pues es obra de la diseñadora Werna Wulff (algo así como la máxima estrella de la canción andaluza, en palabras de Manolo Morán).
Ante el gran problema de la vivienda, la municipalidad de Oslo pretende construir mil “soluciones habitacionales” para lo que convoca un concurso público. A quien se le ocurre la mejor propuesta es a Julie con su proyecto para construir alojamientos en los aparcamientos. Gracias a Dios, la nueva ley permite que se construyan viviendas sin ventanas lo que hace mucho más sencillo afrontar problemas de esta envergadura. Como es lógico, el parking en que Julie, Kaja y muchos otros viven será objeto de este “desarrollo urbanístico” con lo que todos los residentes son desalojados sin contemplaciones.
Aunque Arkitekten es una de esas pocas obras audiovisuales donde los arquitectos no salen muy bien parados, la sobria puesta en escena a la que antes se hacía alusión y el lugar de privilegio concedido a los objetos de diseño que aparecen en sus localizaciones reducen el tono crítico de la serie (Benson, 2023).
II
Lo cierto es que, salvo en películas como The Money Pit (Esta casa es una ruina, 1986), que ya nadie recuerda, los arquitectos aparecen en la pantalla como benefactores sociales. Son artistas celosos de la integridad de su obra, ajenos a la mezquindad que caracteriza a las personas corrientes, héroes capaces de adelantarse a su tiempo con propuestas innovadoras que otros no son capaces de ver.
En The Fountainhead (El manantial, 1949), quizá la película que trata este asunto con mayor intensidad, Gary Cooper interpreta a Howard Roark, un arquitecto que llega a destruir su propia obra para evitar que llegue a ser modificada por los constructores. Roark es juzgado por ello y defiende con vehemencia su derecho a concebir y construir edificios conforme a sus principios y sus convicciones.
Ayn Rand, la autora del libro en que se basó la película, quería que los proyectos arquitectónicos que aparecen en la ella fuesen obra de Frank Lloyd Wright, el arquitecto que inspiró el personaje de Howard Roark. Pero Wright pedía tanto dinero por su participación, que la Warner Bros desechó (con buen criterio) esa posibilidad (Johnson, 2005). La película, al igual que la novela, defiende la supremacía del ego creativo frente al mezquino colectivismo de los grupos sociales, una característica esencial en el pensamiento de Rand, tan cercano a los revisionistas políticos más radicales (Rand, 1975).
III
Strangers when we meet (Un extraño en mi vida, 1961), que tiene como asunto principal la “tormentosa relación” entre Larry Coe (Kirk Douglas) y Maggie Gault (Kim NovakI, se ocupa también de la libertad de quien práctica la arquitectura. En este caso, el protagonista ha de competir en egolatría con su cliente Roger Altar (Ernie Kovacs), un escritor de best sellers que quiere construir una vivienda al borde de un barranco en Bel Air. Como es de esperar, el escritor (hombre de costumbres desordenadas) tarda en comprender que los arquitectos saben mejor que nadie lo que le conviene a los demás, pero termina aceptando la vivienda como “digna de un genio”.
La película muestra también el dilema del protagonista que ha de elegir entre el trabajo seguro, pero poco atractivo, que le ofrece un constructor y su deseo de hacer algo que le satisfaga plenamente. Cuando su esposa le pregunta qué va a suceder cuando termine la casa de Bel Air y no tenga más trabajo, Larry Coe le contesta: “esa casa es algo que quiero, algo que me emociona. Necesito hacer cosas que me den sentido como arquitecto”. Afortunadamente, la relación extramatrimonial entre Kirk Douglas y Kim Novak llega a su fin cuando el protagonista acepta el encargo para levantar una ciudad en Hawaii, “como [Josep Lluis] Sert hizo en Sudamérica, pero a escala reducida”.
Para dar verdadero empaque a la película, sus productores decidieron construir la vivienda de Bel Air al ritmo en que se rodaban las escenas. El director de arte, Ross Bellah contrató al arquitecto Carl Anderson para que levantara una casa de madera en el borde del barranco que el escritor había comprado. Weyerhaeuser, la empresa que llevó a cabo el proyecto, tenía pensado regalar la casa a Kim Novak con motivo de su boda con el director Richard Quine. Pero, como tantas veces sucede, poco antes de terminar el rodaje, el amor (que es algo que ni se compra ni se vende) desapareció como por arte de magia y la casa hubo de venderse a un tercero que pagó por ella bastante más que los 250.000 dólares que costó construirla (Leheman, 2020).
IV
En 1945, la historiadora Edith B. Farnsworth encargó a Mies van der Rohe una casa en medio de un bosque para tener la mayor privacidad y se encontró con una vivienda con cristales en lugar de muros que mostraban a cualquiera lo que pasaba en el interior (Bean, 2020). Como Adolf Loos escribió hace más de un siglo, los arquitectos, tan convencidos de la bondad de su profesión, acabaron con los métodos tradicionales con que las gentes hacían sus casas hasta hace no mucho tiempo (Loos, 1910).
Pero su trabajo no responde solo a convicciones estéticas o a imperativos morales: del mismo modo que los personajes de El país de la fantasía no eran más que marionetas en las manos de Herta Frankel, la planificación urbana esta llena marionetas en manos de una compleja conspiración de intereses.
Referencias
Beam, Alex (2020). Broken Glass: Mies van der Rohe, Edith Farnsworth, and the Fight over a Modernist Masterpiece. Nueva York, Random House.
Benson, Paula (2023) “The Architect (Arkitekten) explores Scandinavian architecture, design and societal imbalances”, en Film and Furniture.
Johnson, Donald Leslie (2005) “The Fountainhead’s Visual Images”, en The fountainheads: Wright, Rand, the FBI and Hollywood. McFarland.
Lehman, Eben (2020) “The Wood Prince of Bel Air: Building the Strangers When We Meet House”, en Forest History Society, 4 de junio de 2020.
Lumer-Klabbers, Kerren, dir. (2023) Arkitekten. Nordisk Film Production.
Loos, Adolf (1910) “Architektur”, en Der Sturm, 15 de diciembre de 1910
Rand, Ayn (1975) El manantial. Barcelona, Plaza y Janés.
Signe Krab Nymann Production Design (2022) Arkitekten
Weyerhaeuser Co. (1960) Strangers When We Meet, en “Weyerhaeuser News”, marzo de 1960.