“El Tour tiene una moralidad ambigua: imperativos caballerosos se mezclan constantemente con recordatorios brutales del puro espíritu de éxito. Es una moral que no sabe o no quiere elegir entre el elogio de la devoción y las necesidades del empirismo” (Barthes, 1957, 108).
I
A pesar de todo lo que sucedió durante los siniestros años de Lance Armstrong, el ciclismo sigue teniendo impacto social. Las tres grandes vueltas, de las que el Tour es el principal referente, son objeto de un importante seguimiento. En 2019, cerca de doce millones de personas siguieron alguna de las etapas del Tour de Francia al borde de la carretera, lo que no es poca cosa (Varnajot, Alix, 2020, 273). En realidad, después de Disneyland París, el Tour es el mayor atractivo turístico del país vecino, muy por encima del museo del Louvre. En cuanto a la televisión, la carrera mantiene unas audiencias suficientemente elevadas para un deporte que ha perdido gran parte de su supuesta grandeza. Bien es cierto que para Francia, el Tour ha derivado en un espectáculo extraño porque sus propios corredores no ganan nunca: desde que Bernard Hinault venció en 1985, ningún francés ha conseguido volver a hacerlo.
Si bien en los años cincuenta, el Tour era un acontecimiento mediático, sería en la década siguiente, con la televisión y Jacques Anquetil, cuando la carrera se convirtió (para los propios franceses) en un signo de la pujanza de su país en el mundo. Anquetil aportó a la popularidad de la carrera su condición de héroe nacional. Fue el primer francés en ganar cinco ediciones de la prueba. Su primera victoria, obtenida en 1957 con tan solo veintitrés años, no hacía presagiar el éxito de la siguiente década cuando ganó cuatro Tours, dos Giros y una Vuelta. De hecho, Roland Barthes no llegó a citar al corredor normado en su relación de héroes de la Grande Boucle porque sus artículos sobre el Tour, recogidos en Mythologies (1957, 103), fueron escritos antes de que Anquetil se convirtiera en un mito. Los ciclistas, castigando su cuerpo con los avances de la tecnología médica, construyeron un relato acorde con la prosperidad y los valores republicanos. A través de los medios de comunicación sus peripecias inundaron la vida de la gente corriente y se convirtieron en referencias nacionales. La Quinta República, liderada por el general Charles de Gaulle, que se tenía a sí mismo por uno de los grandes héroes de la historia de Francia, vivió su periodo más glorioso.
II
En las grandes vueltas pueden encontrarse todas las prácticas del diseño que contribuyen a la identidad nacional y a esa forma de nacionalismo banal (Billig, 1995) o nacionalismo latente que identifica a las personas con un Estado. En primer lugar, se expresa mediante el entusiasmo de las ciudades que pagan por acoger las llegadas y las salidas de cada etapa. Además, la colaboración de la administración es indispensable para llegar a cabo una prueba que obliga a cerrar al tráfico rodado bastantes tramos de la red viaria (Varnajot, 2020, 278). Por su parte, las grandes empresas contribuyen a una celebración paralela que va más allá del patrocinio de los premios. La caravana del Tour, formada por cerca de doscientos vehículos, impone la presencia de sus marcas a quienes se acercan a la carretera para seguir la competición (Varnajot, 2020, 278).
Por su parte, las prácticas vernáculas, aquellas que llevan a cabo los seguidores con su peculiar manera de ocupar el espacio, público expresan su entusiasmo por la competición y dejan constancia de su fervor nacionalista. La rotulación de los nombres de los ciclistas sobre el asfalto y el continuo ondear de banderas son quizá los gestos más llamativos, pero no los únicos. La aglomeración de aficionados en las cimas de los grandes puertos es una de las imágenes más reconocibles de estas carreras.
Además, los diseñadores profesionales contribuyen, con la mejora de las bicicletas y la vestimenta, a un mayor rendimiento de los deportistas. No han sido menores las polémicas surgidas sobre el diseño de las máquinas rodantes utilizadas en las pruebas contra reloj desde finales de los años ochenta. Para algunos especialistas, el diseño no puede proporcionar al corredor una ventaja tal que impida valorar sus verdaderas capacidades físicas y estratégicas. Esto se ha hecho aún más evidente en el record de la hora, una prueba donde los corredores pueden alcanzar en pista velocidades cercanas (en algún caso) a los noventa kilómetros por hora. En realidad, hay varias clasificaciones del record de la hora, según las condiciones en que se celebra la prueba y conforme a las libertades en el diseño de la máquina que utiliza el corredor. Las diferencias entre las pruebas apoyadas por la Unión Ciclista Internacional (que limita las características de las bicicletas) y las homologadas por la International Human Powered Vehicle Association (que concede más libertad a su diseño) son enormes: de los 56,792 kilómetros certificados por la UCI en 2022, a los 90,60 por IHPVA en 2009.
Caso aparte, merece la aportación de la medicina y la farmacología cuyas prácticas innovadoras han mejorado el rendimiento de los corredores e, incluso, han servido para enmascarar (hasta donde ha sido posible) su contribución a muchos (y sorprendentes) éxitos.
III
Como es sabido, Anquetil se mostró en contra de los controles antidopaje. En su opinión, “hay que ser un imbécil o un farsante para imaginar que un ciclista profesional que corre 235 días al año puede mantenerse al día sin estimulantes” (Fournel, 2012, 66). En unas declaraciones a Le Monde en 1967, sus argumentos no podían ser más claros: “Me dopo porque todos se drogan […] Muchas veces me he puesto inyecciones y si ahora alguien quiere acusarme de dopaje, no es muy difícil comprobarlo, basta con mirar mis nalgas y mis muslos” (citado en Mouillard y Girard, 2013).
Desde la muerte de Tom Simpson en el Mont Ventoux en 1968 hasta los años de Lance Amstrong (1999-2005), el ciclismo ha generado una inevitable desconfianza. Las cualidades sobrehumanas de sus grandes mitos empezaron a ser puestos en cuestión cuando salieron a la luz algunos comportamientos poco edificantes. Pocos se han librado de sospechas. Los nombres de los doctores Eufemiano Fuentes o Michele Ferrari aparecen asociados (con o sin motivo) a Induráin, Moser, Pantani o Rominger. Muchos grandes campeones (Merckx, Delgado, Thévenet, Hinault) vieron ensombrecidas sus carreras por sospechas parecidas y otros fueron severamente sancionados.
Pero en lo que se refiere a Anquetil, su heterodoxia no se limitaba al asfalto. A poco de iniciar su carrera deportiva, entabló una relación sentimental con la esposa de su médico, Janine Boeda. Una vez divorciada de su marido, Janine y Jacques se casaron en 1958 y vivieron con los dos hijos de ella, Annie y Alain. Sin embargo, cuando se retiró del ciclismo, Anquetil se obsesionó con tener un hijo aunque su mujer no podía quedarse embarazada. Según parece, fue acuerdo de la pareja que Jacques mantuviera relaciones sexuales con Annie (su hijastra) de las que nació Sophie, hija de Jacques pero nieta de Janine (Pereda, 2019). Todo esto, que contó la propia Sophie en un libro, Pour l’amour de Jacques, era relativamente conocido pero los medios no lo comentaban porque afectaba a la imagen pública de un campeón y al Tour, uno de los grandes mitos de la cultura popular francesa.
La relación con la hija de su esposa duró once años, pero en 1986 (el día de la comunión de Sophie), Anquetil inició una tercera relación con Dominique, la esposa de su hijastro Alain. Aquello era ya demasiado para cualquiera Su esposa Janine y su hija Annie dejaron la residencia familiar, el castillo comprado que, según dicen, había pertenecido a la familia de Guy de Maupassant. Su esposa, fallecida este año 2024, no volvió a verlo hasta poco antes de que Anquetil muriera en 1987, víctima del cáncer.
IV
Al igual que sucedió con Eric Gill, el tipógrafo británico que mantenía relaciones sexuales con sus propias hijas, todas estas oscuras historias acaban por salir a la luz para mostrar una realidad poco edificante. Como recordaba Hobsbawm, sin la distinción entre lo que sucedió y lo que no sucedió “no puede haber historia”. Ahora bien, cómo reunimos e interpretamos los datos verificables que tenemos “(que pueden incluir no solo lo que paso, sino lo que gente pensó de ello) es otra cosa” (Hobsbawm, 1998, 8). La madera con la que están hechos los héroes no es otra que la debilidad de la naturaleza humana que, por mucho que cambien las costumbres, condiciona toda la vida social.
Referencias
Anquetil, Sophie (2004) Pour l’amour de Jacques. París, Grasset
Barthes, Roland (1957) “Le Tour de France comme epopee”, en Mythologies. París. Éditions du Seuil.
Billig, Michael (1995) Banal Nationalism. Loughborough University Press.
Fournel, Paul (2012) Anquetil, tout seul. París, Éditions du Seuil.
Hobsbawm, Eric (1998) Sobre la historia. Barcelona, Crítica.
Mouillardm, Sylvain y Quentin Girard (2013) “Le Tour au rayon triche”, en Liberation, 29 de junio de 2013.
Pereda, Marcos (2019) “Un sultán en Les Elfes: la vida privada de Jacques Anquetil”, en Jot Down, 30 de octubre de 2019.
Varnajot, Alix (2020) “The making of the Tour de France cycling race as a tourist attraction”, en World Leisure Journal, 62:3. Routledge.