“Plus que jamais, il faut aller voter. Il y a vraiment urgence. On ne peut pas mettre le pays entre les mains de ces gens-là, c’est vraiment urgent” (Kylian Mbappé, 2024)
I
Es inevitable que cuando llega un gran acontecimiento como la recién concluida Eurocopa o los próximos Juegos Olímpicos alguien advierta que no debe mezclarse el deporte con la política. Ese fue el principal argumento para criticar los comentarios que hizo Mbappé con motivo de las elecciones legislativas que tuvieron lugar en Francia el pasado 8 de julio (Le Monde, 2024).
Sin embargo, si algo puede afirmarse de las competiciones deportivas es que son, sin remedio, hechos políticos de gran interés para lo que Michael Billig (1995) denomina Estados-nación, aquellas “comunidades imaginarias” (Anderson, 1983) que cuentan con el reconocimiento de la comunidad internacional. Si no fuera así, España no se hubiera negado a jugar con la Rusia Soviética en la Eurocopa de 1960, Estados Unidos no habría renunciado a los Juegos de Moscú en 1980, ni la URSS, como venganza, hubiese boicoteado los Juegos de Los Angeles cuatro años después.
El deporte está rodeado de elementos simbólicos de carácter nacionalista. No puede olvidarse que los encuentros entre equipos nacionales se inician con la interpretación de los himnos (que escuchan con llamativa devoción jugadores y aficionados); que los equipos, aunque sean entidades privadas, visten uniformes que recuerdan a la bandera nacional y que los jugadores hacen declaraciones continuas (más o menos sinceras) sobre su compromiso con esos colores.
Por otra parte, el interés de los países en estas celebraciones guarda relación con el rendimiento de sus equipos. Al día siguiente de ser eliminada Alemania de la Eurocopa, una encuesta en Der Spiegel preguntaba a sus lectores si, a partir de ese momento, iban a dejar de seguir la competición. Más de la mitad de los encuestados dijeron que si, que el campeonato había dejado de interesarles por completo (Brems, 2024). Algo parecido sucedió con el diario L’Equipe. Tras la eliminación de Francia, desplazó la información sobre el torneo (el principal ingrediente de su información hasta entonces) a un lugar secundario. Lo mismo ocurrió en España durante el mundial de Qatar: en cuanto la selección española quedó eliminada por Marruecos, el campeonato redujo de forma llamativa su presencia en los medios.
En esta Eurocopa, por razones obvias, el interés ha sido mayor. La transmisión de la final congregó ante las pantallas a 13.587.000 de espectadores, el 78,7% de la audiencia que veía la televisión en esas horas en España. Curiosamente, el momento de mayor audiencia tuvo lugar durante los actos protocolarios de entrega de trofeos, una vez concluido el encuentro (Llanos, 2024).
II
El diseño, en consecuencia, tiene una presencia relevante en todos estos acontecimientos. En primer lugar, el país que organiza cada campeonato destina más dinero del que conviene para presentarse ante el mundo con las mejores galas. Podría decirse que hay una manera nacional (ya sea alemana, española o británica) de definir la identidad visual, la arquitectura de los estadios, su señalización y la gráfica televisiva. Por ese motivo, la marca de la Eurocopa 2024 fue confeccionada por la sección portuguesa de la agencia VMLY&R que tuvo (en una alarde de ingenio) el acierto de utilizar “veinticuatro franjas de color para representar las banderas de los 55 países que componen la UEFA” (Agencia EFE, 2024).
Por otra parte, las manifestaciones patrióticas de apoyo a los equipos conllevan prácticas de comunicación y diseño que se manifiestan en el constate ondear de banderas, la exhibición de símbolos nacionalistas y la vestimenta con que aparecen los aficionados en las gradas. El público no tiene reparo en reproducir los tópicos más extendidos sobre sus propias naciones: los aficionados escandinavos se adornan con cascos de vikingos mientras los españoles se disfrazan de toreros o bailaoras.
III
El papel de las distintas prácticas del diseño, esencial en la expresión de la identidad nacional, se manifiesta de tres maneras distintas aunque necesariamente relacionadas.
En primer lugar, los Estados utilizan símbolos y emblemas para identificar a la nación que no son solo la bandera, el escudo, el himno y las ceremonias en que se integran. Cuentan, además, con una amplio programa de identidad visual que identifica a las instituciones públicas (Gimeno-Martínez, 2026, 112). En España, un Real Decreto de 1999 establece los criterios de la imagen institucional y regula la producción documental de la Administración General del Estado. Este conjunto de sistemas simbólicos, que constituyen el fundamento del nacionalismo banal (Billig, 1995), regulan la presencia silenciosa de la identidad patria en cada rincón del país con el objetivo de hacer natural su relación con los ciudadanos: “si las personas no se identificaran con las naciones, el mundo de los Estados-nación se derrumbaría” (Billig, 1998, 42). En consecuencia, los edificios públicos se distinguen por la presencia de banderas en su fachada, pero nadie se cuadra al pasar por delante de ellas, la omnipresencia las ha vuelto invisibles. Pero, su actividad puede cambiar en caso de que tenga que simbolizar algún acontecimiento: las banderas ondearán a media asta si se produce una desgracia o serán enarboladas (con entusiasmo) por los ciudadanos tras una victoria deportiva (Billig, 1998, 48).
Una segunda forma de presencia son las prácticas vernáculas que acompañan a la interacción social. En la mayoría de las ciudades españolas, los taxis suelen ser blancos con una franja diagonal en las puertas delanteras, aunque en Barcelona siguen siendo negros con puertas amarillas, y en Teruel son plateados por expreso deseo de los taxistas (Taxi Executive, 2024). En Portugal, en cambio, los taxis son verdes y negros, pero en muchos sitios suelen ser completamente amarillos. Por el contrario, pocos coches amarillos se matriculan en España en comparación con otros países. Estas diferencias son también patentes en la organización de las viviendas, los comercios y en la propia vida comunitaria. Cierto es que en ese infinito universo de peculiaridades surgen dos fenómenos de singular importancia que lo afectan directamente: mientras el diseño de las compañías internacionales asemeja las ciudades cada vez más (con la presencia de las mismas marcas y los mismos anuncios), la multiculturalidad parece convertirse en la nueva expresión vernácula de la vida social (Gimeno-Martínez, 2016, 179).
Por último, hay una tendencia a ver el diseño profesional como una expresión peculiar de la cultura nacional, como una manifestación de sus propias esencias, algo inevitable en la medida que la cultura genera estereotipos. Según ese planteamiento, el diseño identifica a cada nación por cómo entiende el diseño: en Escandinavia se preocupa por los problemas sociales, en Alemania destaca por su consistencia, pero en Italia es original e irreverente. Como es lógico, tales asociaciones, que nunca llegaron a tener un fundamento suficientemente sólido, nacieron para hacerse reconocibles en el imaginario colectivo de la sociedad de consumo global.
A mediados de los años ochenta, cuando España ingresó en la Comunidad Económica Europea, sus diseñadores expresaron públicamente la necesidad de entender esta disciplina desde una perspectiva propiamente española. En un artículo para El País, Alberto Corazón lo consideraba necesario para que las empresas pudieran sobrevivir en una selva de identidades culturales cada vez más definidas (Corazón, 1985). Por su parte, André Ricard, con motivo de la edición de Europalia dedicada a España, defendió la capacidad del diseño para expresar la identidad nacional: “el diseño aporta a los productos de la industria, en sus formas o grafismos, un valor expresivo en el que se evidencian la cultura y el carácter del país que los produce” (Ricard, 1985).
No parece fácil comprender esto si se tiene en cuenta el carácter global de la sociedad en que vivimos. Las expresiones que definen las prácticas nacionales del diseño tiene tanta consistencia como las que se emplean para explicar la manera de jugar al fútbol de las selecciones más conocidas. Hablar del buen diseño alemán es como hacerlo de la furia española o del catenaccio italiano, conceptos completamente superados. Las naciones (incluso las que no tienen Estado) no están condenadas a repetir los errores que cometieron sus antepasados. A veces, cambian por completo sin darnos cuenta.
Referencias
Agencia EFE (2024) El logo de la Eurocopa 2024 no tiene relación con la Agenda 2030.
Anderson, Benedict (1983) Imaginated comunities. Londres, Verso.
Billig, Michael (1995) Banal Nationalism. Loughborough University Press.
Billig, Michael (1998) “El nacionalismo banal y la reproducción de la identidad nacional”, en Revista Mexicana de Sociología, vol. 60, nº 1. Instituto de Investigaciones Sociales.
Brems, Lukas (2024) “Deutschlands Aus bei der Fußball-EM Ein völlig übertriebenes Viertelfinale”, en Der Spiegel, 6 de julio de 2024.
Corazón, Alberto (1985) “La señalización del entorno urbano” en El País, 9 de marzo de 1985.
Gimeno-Martínez, Javier (2016) Design and National Identity. Londres, Bloomsbury.
Le Monde (2024) “Kylian Mbappé appelle à voter contre le Rassemblement national, sans le citer”, en Le Monde, 4 de julio de 2024.
Llanos, Héctor (2024) “La final de la Eurocopa 2024 logra un espectacular 78,7% de cuota de pantalla, en La 1, con 13,5 millones de espectadores de media”, en El País, 15 de julio de 2024.
Ricard, André (1985) “El diseño mira a Europa”, en El País, 4 de octubre de 1985.
Sánchez Iranzo, Marta (2024) “Barcelona instal·larà una pantalla gegant per veure Espanya jugar la final de l’Eurocopa”, en El Nacional, 10 de julio de 2024.
Taxi Executive (2024) ¿De que color son los taxis en España?