experimenta_

La columna de Eugenio Vega: Dios bendiga cada rincón del universo

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

“La ciencia se nos adelantó con demasiada rapidez y la gente se extravió en una maraña mecánica, como si fueran niños […] dando importancia a lo que no la tenía, preocupándose por las máquinas y no por cómo dominarlas. Las guerras fueron cada vez peores y acabaron con la Tierra. Eso explica que la radio quedara en silencio. Por eso hemos huido…” (Ray Brabdury, 1950).

I

La ciencia ficción no es otra cosa que una peculiar práctica del diseño para aventurar el futuro, con gran influencia en las modas, las prácticas de consumo y las relaciones humanas. Pero, como resulta inevitable, sus obras no pueden negar la época en que se hicieron.

En 1918, mientras la Gran Guerra entraba en su etapa final, se filmó en Dinamarca Himmelskibet (Un viaje a Marte), uno de los primeros largometrajes que mezclaban el melodrama romántico con la predicción científica. La nave, que llega a Marte en mucho menos de los seis o siete meses que tardan hoy las misiones no tripuladas, parecía un ferrobús diesel de las líneas de ancho ibérico ya cerradas. Marte era un vergel con rincones inolvidables, habitado por humanoides de gran conocimiento donde la paz y el amor fraterno eran sus principales valores. Para complicar la trama, el comandante de la nave se enamora de Marya, la hija del mandamás marciano. Afortunadamente, en Himmelskibet, la moda se caracterizaba por su depurada simplicidad: elegantes túnicas, muy superiores (estéticamente) a esa suerte de pijamas ajustados que prodigaban las series de los años setenta.

El planeta Marte en 1918. En primer plano, dos marcianos, al fondo, el comandante de la nave. Fotograma de Himmelskibet (Un viaje a Marte) Holger-Madsen. Imagen de dominio público.

II

La velocidad a la que se desarrolló la carrera espacial fue tan sorprendente como la influencia que ejerció sobre la vida social y económica. En abril de 1961 el cosmonauta Yuri Gagarian fue el primero en orbitar la Tierra; en 1963, Valentina Tereshkova pasó tres días en el espacio en completa soledad. Ambos fueron designados héroes de la Unión Soviética (como Ramón Mercader, el asesino de Trotsky).

Solo seis años después de la proeza de Tereshkova,  dos astronautas norteamericanos pusieron pie en la Luna y recibieron la felicitación del presidente Nixon desde la Casa Blanca. Estas gestas hicieron creer que viajar por el universo era pan comido. Pero se olvida que la Luna está a 380.000 kilómetros, una distancia que permite, incluso, la comunicación casi instantánea con la Tierra. Además, esa longitud es siempre la misma (aunque parece que la Luna se aleja unos tres centímetros cada año), cosa que no ocurre con Marte que unas veces está más cerca y otras más lejos pues, al igual que la Tierra, gira alrededor del Sol pero en una órbita más amplia. Por otra parte, los exoplanetas (planetas fuera del Sistema Solar) que tal vez pudieran reunir condiciones para la vida humana son físicamente inalcanzables (Frank, 2024). Como decía Pepe Isbert en Calabuch (1956), están a distancias “siderales”.

La llegada de la misión Apolo XI a la Luna fue seguida por 150 millones de norteamericanos, una cifra que parece no haberse superado hasta la final de la SuperBowl de 2024. En cambio, la misión Apolo XVII, que alunizó en diciembre de 1972, tuvo unos resultados televisivos más bien pobres. Las grandes cadenas no transmitieron en directo la peripecia de los astronautas paseándose en un vehículo (descapotable) por el paisaje desolado de la Luna. Así lo recordaba el New York Times: 

“Es significativo que la cobertura en diferido, o su ausencia, del viaje a la Luna no haya provocado demasiadas quejas de la audiencia […] El seguimiento de las cadenas ha sido selectivo, limitado en su mayor parte a interrupciones de la programación. Así, por ejemplo, durante el partido del lunes por la noche, la ABC emitió un resumen en el descanso” (O’Connor, 1972). 

Como es lógico, la exploración de la superficie lunar durante más de siete horas tenía pocos momentos espectaculares. Lo habitual eran tediosos planos de un paisaje desolado, esperando que los astronautas volvieran a salir a escena (O’Connor, 1972). El desinterés del público contribuyó a reforzar los argumentos del Gobierno federal para recortar los presupuestos de la NASA y suspender las misiones previstas. La consecuencia más inmediata es que se desmanteló la industria aeroespacial que, en algunas ciudades de Estados Unidos, proporcionaba muchos empleos. 

III

Pero la carrera espacial influyó en la sociedad de consumo gracias a la televisión. Desde principios de esa década, las cadenas comenzaron a emitir series que iban algo más allá de orbitar el Tierra y recoger piedras en el Mar de la Tranquilidad. En septiembre de 1962, la ABC estrenó The Jetsons (Los supersónicos), una descripción neoliberal del futuro (en plena era del capitalismo compasivo) donde la robotización y los alimentos concentrados eran moneda corriente (Tucker, 2011, 4). Muchas casas comerciales comenzaron a vender comida procesada, con sabores (e ingredientes) artificiales, y promovieron el abandono de la cocina tradicional. Para McDonald’s y otras compañías, estas nuevas costumbres fueron una verdadera bendición (Greene, 2004).

Cartón de continuidad de Televisión Española para la serie El capitán Escarlata. Rotulación de Lorenzo Cifuentes. Departamento de Grafismo de Televisión Española, 1970. (CC BY-SA 3.0) Colección del autor.

Algo similar sucedió con las series británicas Thunderbird o Captain Scarlet creadas por Gerry y Sylvia Anderson, los mismos que, a mediados de los setenta, produjeron Space 1999. Esta serie contaba cómo una explosión nuclear separó a la Luna de la órbita terrestre y la obligó a viajar a velocidades “siderales” por un universo poblado de humanoides de toda suerte y condición. Pero la vida en Marte y otros planetas no solo era asunto para la audiencia juvenil. En 1966, Ibáñez Serrador hizo un episodio de Historias para no dormir (La espera) a partir de un relato incluido en las Crónicas marcianas de Ray Brabdury. A partir de esas fechas, las visiones apocalípticas se adueñaron de la ciencia ficción. 

IV

Sin embargo, desde finales del siglo pasado, las misiones no tripuladas a Marte han proporcionado información más fiable sobre las condiciones de un planeta que no deja de ser un descampando inerte con temperaturas gélidas y tormentas de arena. Los expertos son pesimistas: no parece posible que en lo que queda de siglo XXI los seres humanos puedan llegar a vivir en Marte como afirma Elon Musk. 

En 2017, el dueño de SpaceX dijo en una entrevista que era posible crear una atmósfera en ese planeta mediante la explosión de miles de bombas nucleares que derritieran el hielo de los polos. Ese proceso se fundamenta en la creencia de que Marte tiene suficiente CO2 como para que pueda llevarse a cabo. Pero los datos parecen decir lo contrario. Además, al carecer de un núcleo magnético el planeta no puede evitar la erosión paulatina de esa atmósfera tan débil (Focht, 2023). 

En todo caso, el objetivo de Elon Musk es que, hacia 2050, Marte pudiera ser el domicilio habitual de un millón de personas (humanas). Su idea es enviar naves robóticas con todo lo necesario para luego enviar personas. “Una vez que las primeras misiones tripuladas aterricen, se ocuparían de convertir el agua y el CO2 de la superficie de Marte en oxígeno líquido y en combustible de metano que impulsa las naves Starship que podrían realizar el viaje de regreso a la Tierra” (Focht, 2023). En su delirio ha llegado a sugerir que Amazon y otras compañías, que solo miran por el bien de la humanidad, podrían distribuir productos en los asentamientos marcianos en la segunda mitad de este siglo.

Marte en 2021. Imagen del cráter Jezero tomada por la misión no tripulada Perseverance a pocos días de su llegada a la superficie marciana. National Aeronautics and Space Administration. Imagen de dominio público.

V

Según parece la razón para colonizar otros planetas es que la Tierra pueda dejar de ser un lugar para la vida humana. Ese era el argumento de Interestellar (ese tostón de dos horas y media dirigido por Christopher Nolan). Sin embargo, hay una certeza indiscutible: el peor rincón de la Tierra reúne mejores condiciones para los seres humanos que cualquier otro del universo al que podamos ir (y volver).

Durante el reinado de los Austrias, circulaban por Castilla unos personajes llamados arbitristas (Cervantes, 1613) que contaban, a quien quisiera escucharles, cómo se solucionarían de una vez por todas los grandes problemas del Reino. Quevedo también los cita en El Buscón (1626) y recuerda que eran tomados, sin razón, por personas de poco seso. Afortunadamente, ninguno de ellos tenía capacidad para lanzar cohetes al espacio y conmocionar la vida del planeta.

Quizá los problemas del mundo sean otros. Hace unos días, las inundaciones provocaron terribles consecuencias en Kenia. Pero, como recordaba Der Spiegel, “los turistas fueron evacuados en helicóptero de la famosa zona protegida de Masai Mara, mientras los habitantes de los barrios marginales de Nairobi se veían abandonados a su suerte” (Hoffmann, 2024). 

Referencias

Bradbury, Ray (1950) The Martian Chronicles. Nueva York, Doubleday.

Cervantes, Miguel de (1613) El coloquio de los perros. Novelas ejemplares. Madrid, Juan de la Cuesta.

Focht, Maiya (2023) “Four experts explain why Elon Musk’s plan to colonize Mars is romanticized, not realistic, cosmic vandalism”, en Business Insider, 7 de octubre de 2023.

Frank, Adam (2024) El pequeño libro de los aliens: La fascinante búsqueda de vida extraterrestre. Barcelona, Espasa.

Greene, Gregory (2004) The End of Suburbia: Oil Depletion and the Collapse of The American Dream. The Electric Wallpaper.

Ibánez Serrador, Narciso (1966) La espera, en Historias para no dormir. Televisión Española. 

Hoffmann, Heiner  (2024) “Die grausame Ironie des Klimawandels”, en Der Spiegel, 7 de mayo de 2024. 

Madsen, Holger (1918) Himmelskibet. Nordisk Films Kompagni.

Miller, Tod Douglas (2019) Apollo 11. Universal Pictures.

O’Connor, John J. (1972) “Apollo 17 Coverage Gets Little Viewer Response”, en The New York Times, 14 de diciembre de 1972.

Tucker, Jeffrey A. (2011) It’s a Jetsons World: Private Miracles and Public Crimes. Auburn, Ludwig von Mises Institute.

Salir de la versión móvil