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La columna de Eugenio Vega: Futurama (in Color)

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

“Anything less than immortality is a complete waste of time” (Bender en Futurama, Matt Groening, 1999)

 El miércoles 3 de octubre de 1990, mientras Helmut Kohl celebraba en el exterior del Reichstag la reunificación alemana, comenzó en Ámsterdam el congreso inaugural de ELIA, la European League of Institutes of the Arts, una organización que pretendía crear una red con las escuelas de arte y diseño de todo el continente. Su objetivo era aprovechar la oportunidad que brindaba el programa Erasmus para la integración europea del sistema educativo.

Al día siguiente, uno de los seminarios al que fuimos convocados todos los asistentes se ocupaba de la relación entre la enseñanza del diseño y la actividad profesional, “Design Education and Industry” lo llamaban en el programa de actividades. La discusión, como tantas veces, giraba en torno a si las escuelas debían ser una réplica de la actividad profesional, es decir, un espacio para ensayar competencias de interés para las empresas, o si habrían de plantearse metas más ambiciosas, más allá de la visión a corto plazo que impone el mercado laboral. 

El director de la Gerrit Rietveld Academie de Amsterdam, que actuaba de anfitrión, dijo que las escuelas debían enseñar pensando en la realidad, pero no en la actual, sino en la los próximos diez o veinte años. Un profesor belga (irritado de tanto hablar en inglés) dijo que, después de ver a Kohl delante del Reichstag, estaba tan confundido con la realidad, que no se veía con ánimo para imaginar cómo sería el mundo en 2010. Todos estuvimos de acuerdo en la conveniencia de incorporar al sistema educativo bolas de cristal, siempre que se hiciera con fondos europeos. 

I

En El adivino (Goscinny, Uderzo, 1972), durante una terrible tormenta, los habitantes de la aldea gala (Astérix incluido) se refugian en casa de Abraracúrcix por temor fundado a que el cielo pudiera desplomarse sobre sus cabezas. En medio de los rayos y los truenos, hizo su aparición un vagabundo que decía ser adivino y, tras leer el futuro con alguna dificultad en las entrañas de un pescado, tranquilizó a los presentes asegurando que después de la tormenta llegaría la calma. Aunque acertar algo así no tiene mucho mérito, los habitantes de la aldea terminaron recurriendo a aquel farsante para que les diera buenos consejos. Abraracúrcix se justificó recordando que “gobernar es prever”, algo parecido a lo que sucede con el diseño.

La ciencia ficción es una elaborada modalidad de futurología que se interesa por los efectos que el cambio tecnológico tiene sobre la vida de los seres humanos. A pesar de que sus aciertos suelen ser escasos, sirve para hacer más aceptables algunos de los avances que la industria incorpora a la vida de la gente. Y según los más convencidos, contribuye a que esas profecías se hagan realidad. Quizá por eso, cuando en un episodio de la serie de animación Futurama se afirmaba que en el año 2500 de nuestra era (tras el segundo advenimiento de Cristo) se borrarían todas las cintas de vídeo del planeta, la gente se animó a abandonar los reproductores VHS por otros soportes más modernos.

 Pero Futurama fue también el nombre que Norman Bel Geddes dio a una exposición patrocinada por General Motors para la Feria de Nueva York de 1939 donde mostraba el mundo a principios de los años sesenta: ciudades conectadas por interminables autopistas dominadas por automóviles, rascacielos ordenados según un retícula cartesiana cuyos intersticios quedaban inundados por un tráfico que circulaba sin obstáculos. Tanto Bel Geddes como Le Corbusier acertaron al pronosticar el dominio del automóvil (y quizá animaron a que eso sucediera), pero no fueron capaces de prever las consecuencias sociales y ecológicas que esa invasión tendría en las ciudades y en sus habitantes.

El presidente John F. Kennedy y el vicepresidente Lyndon B Johnson, durante una charla del director de lanzamientos de la NASA, Rocco Petrone (fuera de la imagen). Cabo Cañaveral, 11 de septiembre de 1962. Dominio público. NASA Commons.
El presidente John F. Kennedy y el vicepresidente Lyndon B Johnson, durante una charla del director de lanzamientos de la NASA, Rocco Petrone (fuera de la imagen). Cabo Cañaveral, 11 de septiembre de 1962. Dominio público. NASA Commons.

Años más tarde, en septiembre 1962, un día después de visitar Cabo Cañaveral, el presidente Kennedy pronunció un discurso (histórico) en la universidad William Marsh Rice de Houston, donde comprometió a Estados Unidos en la tarea de poner un hombre en la Luna antes de que terminara aquella década:

“Elegimos ir a la luna en esta década y hacer otras cosas parecidas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, […] porque ese desafío es algo que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer y que pretendemos ganar” (John F. Kennedy, 12 de septiembre de 1962).

Una semana después de este discurso, la cadena de televisión ABC comenzó a emitir en horario de máxima audiencia, (y a todo color) los Jetsons (Los Supersónicos), una serie de animación producida por Hanna Barbera y ambientada en 2062. El primer episodio mostraba a una especie de familia Picapiedra del futuro que vivía en algo parecido al espacio sideral y disfrutaba de grandes comodidades: los robots limpiaban los trasteros, los preparados sintéticos sustituían a la comida tradicional y la moda había quedado reducida a una suerte de estilizados pijamas más bien discretos.

Por entonces, la publicidad y la televisión se poblaron de referencias a la carrera espacial, el mayor signo de progreso del milagro económico de la segunda postguerra: ser astronauta se convirtió en el sueño de muchos niños. Pero, como es sabido, la gran mayoría de aquellas predicciones no se cumplieron. La razón principal es que no estaban basadas en ninguna prospección razonable, eran simplemente fruto de la cultura popular de su tiempo, como ha sido siempre. Si en los sesenta, la ciencia ficción se ocupaba de los viajes en el espacio, y en los setenta del encuentro con seres extraterrestres, en la actualidad se interesa por la catástrofe medioambiental o el control de nuestras voluntades por un Gran Hermano digital. En una entrevista con Larry King en la CNN, Stephen Hawking señalaba estas limitaciones de la ficción científica: 

“Creo que la ciencia ficción es útil, tanto para estimular la imaginación como para calmar el miedo al futuro. Pero los hechos científicos pueden ser aún más sorprendentes. A la ciencia ficción no se le hubiera ocurrido nunca algo tan extraño como los agujeros negros” (CNN, 1999).

Además, los pronósticos de la ciencia ficción resisten mal el peso del tiempo. No hay cosa más inocente que la descripción del año 2015 en la segunda parte de Back to the Future (Regreso al futuro), con sus taxis voladores y sus videoconferencias. Y algo parecido sucede con Blade Runner, cuya acción transcurre en 2019. A pesar de su convincente escenificación de un universo apocalíptico, a finales de esta segunda década del siglo actual se siguen haciendo torrijas en Semana Santa y paellas los domingos.

Frente a la inclinación de la ciencia ficción a mostrar un futuro que se manifiesta con cambios espectaculares, las transformaciones se producen de forma más discreta. Los avances tecnológicos se incorporan a la vida diaria de manera paulatina, casi en silencio y, aunque poca gente sería capaz de explicar cómo pueden hacerse fotos con un teléfono, eso no impide que hagan miles de ellas y las compartan con conocidos y desconocidos a través de Internet.

II

Eludir la realidad es una de las condiciones necesarias para desarrollar la imaginación y resolver problemas complejos. Gran parte de los métodos que se utilizan en la enseñanza del diseño (y en otras disciplinas) participan de ese principio, y muchos de ellos plantean los pronósticos como una forma de librar a los alumnos del enorme peso que imponen los condicionantes de los problemas. Por otra parte, la predicción es parte de nuestra cultura: la información meteorológica, las apuestas deportivas o las encuestas electorales están en los medios de comunicación y en las conversaciones de la gente. 

Hacer pronósticos no es suficiente, pero pone en duda la manera en que ahora vivimos y cuestiona cosas que damos por sentadas. Debatir sobre la enseñanza del diseño en el futuro sirve, sobre todo, para analizar con la distancia necesaria lo que hacemos y plantear verdaderas alternativas.

 

Referencias

Bel Geddes, Norman. (1940) Magic Motorways. Nueva York, Random House.

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