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La columna de Eugenio Vega: Grande es Dios en el Sinaí

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

“Grande es Dios en el Sinaí. El trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan, pero hay un Dios más grande […] el humilde Dios del calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas” (Emilio Castelar, 1869) 

En estos tiempos modernos en que nadie practica la grandilocuente oratoria del pasado, discursos como el que Castelar pronunció en las Cortes constituyentes de 1869 parecen piezas ornamentales sin apenas contenido. Sin embargo, aquella escuela, que llegaría a su caricatura con los interminables arabescos de Niceto Alcalá Zamora, sirvió para conmover a la opinión e impulsar cambios políticos revolucionarios. Eran otros tiempos, sin duda; pero, cada época ha tenido su método para escenificar la presencia social de cualquier actitud reivindicativa.

I

El miércoles 28 de agosto de 1963, un día caluroso de finales de agosto (28 grados y mucha humedad), tuvo lugar la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad. Más de 300.000 personas se manifestaron en la capital federal de Estados Unidos para reivindicar la igualdad de derechos de todos los norteamericanos al margen de su género, raza o condición. Aquella demostración de apoyo popular tuvo por objeto influir en el gobierno federal para avanzar en el reconocimiento de derechos que hoy nos parecen indiscutibles, y sin duda lo consiguió. El presidente John F. Kennedy y su vicepresidente Lindon B. Johnson fueron conscientes a partir de entonces de que estaban ante un movimiento que, además de la razón histórica, contaba con una gran capacidad organizativa.

Además de una operación política, aquella marcha fue un extraordinario ejercicio escenográfico, bien concebido y mejor ejecutado. Consiguió dar forma mediática a una mayoría interracial a favor de los derechos civiles y fue capaz de mostrarse ante el poder político como una fuerza moderada pero decidida, capaz de impulsar a un proceso de cambio. Entre quienes mostraron el apoyo a la marcha con su presencia estaban figuras del espectáculo tan conocidas como Sidney Poitier, Charlton Heston, Marlon Brando, Sammy Davis Jr., Bob Dylan y Joan Baez. 

Con notable acierto, los organizadores dejaron para el mejor momento (para el prime time) la intervención del Dr. Martin Luther King Jr. que fue transmitida por las tres grandes cadenas de televisión en directo. Su mensaje de reivindicación y esperanza llegó a los hogares de millones de norteamericanos en uno de sus discursos más recordados.

“I have a dream that my four little children will one day live in a nation where they will not be judged by the colour of their skin but by the content of their character” (Martin Luther King Jr., 1963)

En la imagen los líderes del Movimiento por los Derechos Civiles hablan con los periodistas en la tarde del 28 de agosto de 1963 tras la entrevista con el presidente John Fitzgerald Kennedy, una vez conluida la Marcha sobre Washington. A la derecha, mirando hacia el suelo, Martin Luther King Jr. Fotografía de Warren K. Leffler. US Library of Congress. Dominio público.

II

Todos los grupos sociales sueñan con algo parecido. Los sectores profesionales se devanan los sesos para que sea reconocida su aportación a la vida comunitaria, un proceso que en ocasiones lleva décadas. A finales del siglo XIX, los arquitectos, del mismo modo que los médicos, aspiraban a alcanzar prestigio social por el mero hecho de formar parte de una profesión, y no por sus méritos individuales, algo que los diseñadores tardarían mucho tiempo en desear (Forty, 1980, 81).

En general, los sectores profesionales solían llevar a cabo prácticas de presencia social a medio camino entre el mundo académico y la reivindicación sindical. Ese apego a las fórmulas académicas tenía su sentido pues, en su opinión, una profesión era relevante porque era la aplicación de un conocimiento poco común que contribuía a una mejora social. Cierto es que el universo de los docentes tiene sus aspectos oscuros, pero en cualquier caso se fundamenta (en teoría) en la exposición de hechos o ideas y en un debate abierto y carente de prejuicios previo a cualquier conclusión.

Sin embargo, en los últimos tiempos otros procedimientos aparecen con fuerza en esta dura batalla por la presencia social. La predicación, muy arraigada en todas las culturas, ha ido sustituyendo poco a poco a la práctica académica. Durante la Contrarreforma los fieles acudían a oír a religiosos de verbo fácil e imaginación desbordante que pintaban el infierno con tal detalle que, difícilmente nadie con un mínimo de sensatez hubiera osado apartarse de la obediencia a la Iglesia de Roma. En el siglo XX, la España de la posguerra fue el paraíso de la predicación en una Europa que iba perdiendo (para su desgracia ) el temor de Dios. El XXXV Congreso Eucarístico Internacional (Barcelona, 1952) tuvo un impacto muy superior al que han podido alcanzar convocatorias más recientes como el Mobile World Congress o la Feria del Calzado. Por otra parte, aunque el turismo religioso llegó a su perfección con Karol Wojtyła, supo mantener unos niveles aceptables con otro pontífice menos dotado, como demuestra la Jornada Mundial de la Juventud (de tan grato recuerdo) que se celebró en Madrid en 2011 en tiempos de Josef Ratzinger. 

III

Desde hace un tiempo los diseñadores, en su intento de llegar a los sectores sociales que hacen uso del diseño, ha abandonado la austeridad de la escenografía académica para caer en las (tentadoras) redes de la predicación y, en consecuencia, ha sustituido el debate y la argumentación por la revelación. 

En la tradición bíblica “la verdad revelada es una manifestación de Dios a los hombres y mujeres a quien proporciona un conocimiento que por ellos mismos nunca hubieran podido alcanzar”. Al igual que la publicidad, la revelación sitúa sus afirmaciones más allá del principio de veracidad exigido a los mensajes informativos por lo que niega la discusión y el debate (González Martín, 1996). 

Sin duda, la influencia de la cultura empresarial y la innovación tecnológica están en el origen de esta predilección por lo irracional frente a otras prácticas más sensatas. Toda la parafernalia que rodeó a la aparición del Windows’95 presagiaba una tendencia a la que ahora no se le ve fin. Que Bill Gates, el antiguo responsable de Microsoft, se haya convertido en una eminencia en materias tan confusas como las enfermedades infecciosas o el futuro de la energía da idea del despropósito a que conducen los errores del pasado. 

Tampoco es fácil olvidar las actuaciones (en el sentido literal del término) que acostumbraba a ofrecer el difunto Steve Jobs y que tanto contribuyeron a esa prolongación de la modernidad en este nuevo siglo. En un estilo parecido hablaba Johnatan Ive de la simplicidad en el diseño que practicaba Apple, como si Dios mismo le hubiera revelado (en ese monte Sinai de Castelar) un conocimiento que nos es negado al resto de los mortales: “la sencillez no es simplemente un estilo visual. No es solo el minimalismo o la ausencia de desorden, es un concepto que requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad” (Isaacson, 2011, 432). Lo cierto es que la presentación de los cacharros de la compañía de Steve Jobs (en esencia, tan electrodomésticos como las cocinas Corberó) eran recibidas con alborozo y gratitud no solo por los medios, sino por algunos sectores académicos. E iniciativas como TED, en sus diversas variantes, han popularizado una práctica “inspiradora” que también ha hecho mella en las aulas.

IV

Como cualquiera puede comprender, la verdad solo puede ser revelada en un espacio a tono con la gravedad del momento. Sería difícil que una intervención de tal naturaleza pudiera suceder en un aula llena de pupitres, pizarras y ordenadores viejos con Windows XP. Es preciso un escenario que permita llegar a la comunidad de fieles en un ambiente íntimo, algo a medio camino entre el desaparecido programa de Buenafuente (u otros parecidos) y una exposición de muebles de Verner Panton. Las mesas de toda la vida, que al parecer no hacen otra cosa que expresar jerarquías, están fuera de lugar.

Lógicamente, la primera víctima de esta concepción “contemporánea” de los escenarios (por otro lado tan estimulante) es la accesibilidad. Los espacios dedicados al diseño en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia suelen diseñarse sin el menor interés por quienes tienen alguna discapacidad, de tal modo que las salas de conferencias o los entornos expositivos terminan convertidos en “espacios disruptivos”, llenos de tanta imaginación y promesas como de laberintos y trampas. 

Pero no en vano, esa tentación forma parte de la tradición de los grandes escenarios. Basta recordar que en enero de 1874, mientras Castelar defendía (con poca fortuna, esa es la verdad) su actuación al frente del poder ejecutivo, el capitán general de Madrid, don Manuel Pavía, irrumpió en el hemiciclo harto de los formalismos caducos de la vida parlamentaria y disolvió la cámara (de la manera más disruptiva posible) hasta nueva orden. 

Como decía Gila, el que no sepa aguantar una broma que se marche del pueblo.

Referencias

Forty, A. (1980). The Modern Hospital in England and France: The Social and Medical Uses of Architecture. En King, A. (Ed.), Buildings and Society. Routledge & Kegan Paul.

Gonzalez Martín, Juan Antonio (1996). Teoría general de la publicidad. Madrid, Fondo de Cultura Económica.

Isaacson, Walter (2011). Steve Jobs. Barcelona, Debate. (edición original: Steve Jobs: A Biography, 2011).

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