“Me da vergüenza ser historiador del arte en el siglo XX. En la ciencia hubo logros como el de los genes, mientras en el arte se exponía un urinario” (Ernst Gombrich, 1998).
I
La creencia comúnmente aceptada de que la política es una escenificación alejada de la ciencia, una actividad de escaso valor para colmar la curiosidad intelectual, parece fundada en algo más que convicciones (Weber, 1919). Sin embargo, esas ideas (más propias de tiempos ya superados) han de enfrentarse a singulares excepciones que merecen ser destacadas.
El pasado 14 de marzo de 2024, con motivo de la aprobación por el Congreso de los Diputados del proyecto de ley por la que se regulan las enseñanzas artísticas superiores, los diversos grupos parlamentarios expusieron sus puntos de vista antes de proceder a la votación para su envío al Senado. Algunas intervenciones, que no se limitaron a exponer la posición política de su grupo, se extendieron en reflexiones muy provechosas para quienes tengan interés en ese misterio insondable que fundamenta la relación entre las artes, las ciencias y la felicidad del ser humano. La diputada Montserrat Bassa Coll expuso con el entusiasmo que la caracteriza una lúcida argumentación sobre el papel del arte en nuestras vidas que merece ser recordada:
“El arte es omnipresente en nuestras sociedades y en nuestras vidas. Está en nuestros hogares, en los restaurantes, en la consulta del dentista. Los escaparates no serían los mismos sin cuadros, fotografías o estatuas. Nuestras fiestas populares no serían tan festivas sin música ni bailes. Nuestro ocio no se puede comprender sin el cine, el teatro o el circo. Todas las artes nos entretienen, nos hacen reflexionar, nos emocionan, hasta el punto de ponernos la piel de gallina o hacernos llorar. Nos regalan felicidad” (Bassa Coll, 2024).
Ante estas afirmaciones, es fácil comprender que una práctica médica tan extendida como la odontología no sea barata. El arte que resplandece en las salas de espera de las consultas ha de pagarse como corresponde (qué remedio). Su función no es otra que humanizar la medicina con la ayuda de manifestaciones artísticas que conforten el ánimo de los afectados y haga más llevaderas sus consecuencias económicas. Cierto es que algunos especialistas han llegado al extremo de colocar receptores de televisión para distraer al paciente mientras está en el potro de tortura. Pero, ¿quién podría discutir la naturaleza artística de las emisiones televisivas cuando, en este nuevo siglo, han alcanzado elevadas cotas de refinamiento?
Algo similar sucede con la música (como recordaba la señora diputada) que da tanto sentido a “nuestras fiestas populares”. Sabido es que su presencia contribuye a la comunión con nuestros semejantes, ya sea en la fe, como sucede en la Semana Santa, o en el desenfreno que caracteriza la vida nocturna de este paraíso (para el turismo) que es el Reino de España.
No recordaba una intervención tan peculiar por parte de un político desde que en 1985 tuve el honor (y el placer) de asistir a una conferencia de Eduard Punset en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander (Beaumont, 1985). El ex ministro de relaciones con las Comunidades Europeas cerró un curso sobre Publicidad, un sector crucial (organizado por la agencia Walter Thompson) con una conferencia sobre la complejidad de la vida moderna a partir de diversas consideraciones sobre el reloj que llevaba en su muñeca (Punset, 1985). Aunque Punset continuó en política unos años más, cualquiera pudo advertir que ya mostraba innegables cualidades para convertirse en un “fenómeno mediático”. Los aplausos al final de su intervención fueron más que merecidos.
II
El asunto de la ley que el Congreso envió al Senado hace quince días lleva sin resolverse algo más de cincuenta años y no es otro que la integración de las enseñanzas artísticas en la educación superior. Lo intentó por primera vez la Ley General de Educación promulgada en 1970. La disposición transitoria segunda de esa ley señalaba que las Escuelas Superiores de Bellas Artes, los Conservatorios de Música y las Escuelas de Arte Dramático se incorporarían a la educación universitaria “en la forma y con los requisitos que reglamentariamente se establezcan” (Ley General de Educación, 1970). Las Escuelas Superiores de Bellas Artes lo hicieron mediante un Real Decreto de 1978, pero los Conservatorios de Música y las Escuelas de Arte Dramático (a su pesar) no lo consiguieron nunca.
El propósito de aquella iniciativa política era tan ambicioso que no solo se ocupaba de la enseñanza obligatoria y del bachillerato, sino que regulaba la formación profesional y aportaba estos procedimientos ya comentados para la reforma para la educación superior y la universitaria. En opinión de muchos, no era fácil alcanzar esos objetivos y hubiera sido más razonable afrontar los problemas más urgentes (que no eran pocos) antes de plantear una completa reforma del sistema (Tamames, 1983, 558).
Por otra parte, a pesar del aumento de los presupuestos en los años precedentes, los recursos económicos destinados al sistema educativo en el final del franquismo eran insuficientes. En la primavera de 1970, mientras la comisión de Educación (en la que había no pocos docentes) ocupó tres meses en discutir los adverbios y preposiciones que afeaban la redacción del articulado, la comisión de Hacienda resolvió, en un solo día, suprimir de un plumazo las disposiciones adicionales contenidas en el proyecto que creaban impuestos especiales para financiar su aplicación (Puelles, 2021, 372).
III
En España, al igual que sucedió en otros países tras la creación del Espacio Europeo de Educación Superior, no quedó más remedio que aceptar como hecho consumado que la enseñanza superior discurriera en dos vías paralelas, dentro y fuera de la universidad. No hay que olvidar que, en 1990, la LOGSE había formalizado titulaciones equivalentes a las universitarias para las enseñanzas superiores de Música y Artes Escénicas y también para las de Artes Plásticas y Diseño.
Desde entonces, para bien o para mal, el diseño se ha visto obligado a recorrer los pasillos de la Administración (y de cualquier otro sitio donde se negociara algo) de la mano de la música y el arte dramático, compañía tan grata como difícil para la complicada peregrinación que tenía por delante. Que esta ley salga adelante. y se desarrolle con la necesaria sensatez, es imprescindible para un sector que cada vez tiene mayor importancia en la vida social y económica de cualquier país europeo.
Referencias
Bassa Coll, Monserrat (2024) Intervención en el Congreso de los Diputados con motivo del debate y la votación del el dictamen del proyecto de ley por la que se regulan las enseñanzas artísticas superiores. Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, 14 de marzo de 2024.
Beaumont, José F. (1985) “La publicidad actual presenta los productos como amigos de la condición humana”, en El País. Madrid, 29 de julio de 1985.
Gombricht, Ernst (1998) “La cultura europea está en vías de extinción”, entrevista con J. F. Yvars y Clare Carolin en La Vanguardia. Barcelona, 23 de octubre de 1998.
Puelles, Manuel de (2021) “Mi experiencia con la Ley General de Educación”, en Historia y Memoria de la Educación 14. Sociedad Española de Historia de la Educación.
Punset, Eduard (1985) Conferencia de clausura del seminario Publicidad, un sector crucial: hoy y mañana, organizado por Walter Thompson España. Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Santander, julio de 1985.
Tamames, Ramón (1983) La República. La era de Franco. Madrid, Alianza Editorial.
Weber, Max (1919) “Politik als Beruf”, en Geistige Arbeit als Beruf. Vier Vorträge vor dem Freistudentischen Bund. Múnich. München, Duncker & Humblot.
Cortes Generales (2024) Proyecto de Ley por la que se regulan las enseñanzas artísticas superiores y se establece la organización y equivalencias de las enseñanzas artísticas profesionales. Boletín Oficial de las Cortes Generales.