Mi generosidad es inmensa como el mar, mi amor, tan hondo;
cuanto más te doy, más tengo, pues los dos son infinitos.
(William Shakespeare, The Most Excellent and Lamentable Tragedy of Romeo and Juliet, 1597)
En el año 2000 (de tan grato recuerdo), Barcelona fue elegida por ELIA, la European League of Institutes of the Arts, para celebrar su décimo aniversario. La asociación, nacida en Ámsterdam en 1990, quiso durante esa conferencia afrontar las perspectivas que se abrían tras la Declaración de Bolonia de 1999 y la Declaración de París de ese mismo años. A tal fin, concluyó sus sesiones con un manifiesto lleno de buenas intenciones.
A las virtudes de la ciudad catalana (llena de atractivos de primer orden) y a la cordialidad de sus gentes, se unieron otros factores no desdeñables. El hecho de que fuera conjurado el maleficio que amenazaba con paralizar los ordenadores del planeta por el denominado efecto 2000 fue decisivo. Los desvelos del gobierno central que gastó dinero público (e hizo gastar dinero ajeno) para tan noble propósito, hicieron de España un ejemplo en un tiempo de gran alarma tecnológica. Por otra parte, la iniciativa del gobierno español (puesta en marcha unas semanas antes) para que desapareciera el antiguo sistema de matriculas que delataba la provincia en que residían los propietarios de los automóviles, contribuyó, sin duda, a la elección de Barcelona para celebrar este acontecimiento histórico.
I
Finalmente, la sexta conferencia bianual de ELIA, que recibió el bonito título de “a bounty, boundless as the sea” (Una generosidad, tan ilimitada como el mar, Shakespeare, 1597), se inició el miércoles 4 de octubre de 2000 en el marco (incomparable) del Institut del Teatre de la ciudad condal.
La sesión de apertura contó con figuras de relevancia y talento. Entre estas últimas, cabe destacar al conseller de Cultura, Jordi Vilajoana i Rovira (un antiguo ejecutivo de la agencia de publicidad Tiempo BBDO) que concluyó su intervención diciendo que “el mundo sin el arte sería menos interesante”. Los murmullos que siguieron a una afirmación tan rotunda fueron muchos y continuaron en forma de animado debate a la hora del café.
Tras las autoridades, intervino Manuel Castells que aunaba en su persona lo vernáculo y lo global (entre otras virtudes), dispuesto a hablar del “arte en la sociedad de la realidad virtual”. La conferencia, impartida en inglés peninsular, versó sobre los asuntos de su conocido libro La galaxia Internet (Castells, 2001) que despertaron el natural interés en la audiencia. Se ocupó, por tanto, de las enormes transformaciones que la red provocaba en la vida de la gente y de la desorientación a que nos enfrentábamos en una cultura efímera y fragmentada. Solo, muy al final (y para no fatigar a los asistentes), señaló que “el arte podría dar sentido a las relaciones humanas en esa era de incertidumbre”. Los murmullos fueron, de nuevo, generalizados.
II
A las sesión de apertura siguió una mesa de trabajo con intervención de escuelas y administraciones públicas. Uno de los defectos de esta suerte de ejercicios espirituales (por otro lado, siempre necesarios) es que quienes intervienen cuentan tales maravillas de sus instituciones que nadie sensato se lo toma demasiado en serio. Pero, en esta ocasión, hubo de todo.
Entre las administraciones, brilló (con luz propia) la representante del gobierno central, María Tena, por entonces, subdirectora general de Enseñanzas Artísticas del Ministerio de Educación. Ya, en la sesión de apertura, había señalado que el Institut del Teatre era un referente para dar solución al problema de la educación artística en España. Y había hecho esa referencia, no solo para agradecer a su director la calurosa acogida que había dado a los participantes, sino también para tranquilizar a los centros públicos de enseñanzas artísticas allí presentes que temían (y temen) las reformas de la administración como a un nublado en el mes de junio.
Es necesario recordar que el Institut del Teatre incluía en su seno diversos centros educativos en los que se podían cursar el bachillerato de artes y todos los niveles educativos de las enseñanzas de arte dramático. En definitiva, era una solución de compromiso que eludía la separación entre las enseñanzas de distinto nivel, algo que las escuelas públicas deseaban y temían a un tiempo.
Un año antes, el Ministerio de Educación había desarrollado (no sin retraso) aquella parte de la LOGSE que se ocupaba de las enseñanzas superiores de diseño y artes plásticas. No fue, por tanto, inesperado que, en su intervención, María Tena anunciara que era propósito de la administración central promover la aprobación de una ley de enseñanzas artísticas que reorganizase el sistema educativo de una manera definitiva. Que esa norma pudiera ser una ley orgánica demostraba, en opinión de cualquiera, el interés que el estado tenía en llevar a cabo esa reforma.
Ocioso es decir que veintiún años después esa ley todavía no se ha aprobado. Parece, sin embargo, que es una de las tareas que la nueva ministra de Educación considera indispensables para culminar con éxito la presente legislatura.
III
Quizá, a alguien ajeno a este mundo pueda parecerle extraño que una ley que parecía tan necesaria en el último año del siglo pasado aún no se haya aprobado. Pero es conveniente recordar que el estado (cuya permanencia inmutable va más allá de los regímenes políticos en que se materializa) no toma las decisiones a la ligera y deja que el tiempo dé forma a los problemas y apunte las soluciones.
En tal sentido, cabe recordar que, a principios de los años sesenta, cuando el crecimiento económico español empezó a ser una realidad tras el plan de estabilización 1959, tuvieron lugar dos hechos reseñables en el modesto ámbito de estas enseñanzas: el primero fue la creación en 1961 de Elisava, la primera escuela que hizo del diseño su principal cometido; el segundo, la reforma en 1963 de las escuelas de artes aplicadas mediante una norma que regulaba las titulaciones oficiales de sus enseñanzas, ya fueran impartidas por centros públicos o privados.
Esa reforma se materializó en un Decreto aprobado en pleno mes de julio (pero que no apareció en el BOE hasta dos meses después) que comenzaba derogando “el Real Decreto de dieciséis de diciembre de mil novecientos diez que [había reorganizado] las enseñanzas de Artes e Industrias” siendo, por entonces, presidente del Consejo de Ministros don José Canalejas (Decreto 2127/1963).
Al margen de las virtudes y defectos de aquella nueva norma, lo más sorprendente es que España no viera necesario durante cincuenta y tres años hacer cambio alguno en esas enseñanzas que no fueran la incorporación en 1952 de “las disciplinas de Religión y Formaciôn del Espíritu Nacional”. Hicieron falta, sin embargo, una guerra civil, dos guerras mundiales, tres cambios de régimen, la invención de la radio, de la televisión y de la energía nuclear para que el ministro Lora Tamayo considerase conveniente presentar a la firma del jefe del estado un decreto para hacer ligeras modificaciones en un sistema que, a pesar de esas reformas, parecía más propio de tiempos pasados.
Esa costumbre no se ha perdido. Poca gente quizá sepa que la LOGSE, aquella ley que tanto revuelo provocó en 1990 hasta el extremo de que se hizo otra pocos años después para acabar con sus perversos principios (y sus ocultas intenciones), sigue mal que bien en vigor. A pesar de que la LOMCE (2002) y la LOE (2006) derogaron su articulado, las escuelas de arte en España siguen impartiendo enseñanzas profesionales (los conocidos ciclos formativos) reguladas por esa ley de 1990.
Tales planes de estudios permanecen ajenos, obviamente, al sistema de créditos ECTS que el denominado proceso de Bolonia estableció, no solo en Europa sino en todo el EEES, el Espacio Europeo de Educación Superior. Que hayan pasado más de veinticinco años desde su publicación en el BOE no parece razón suficiente que obligue a su modificación.
IV
Para evitar los posibles riesgos de la ceremonia de clausura a la que (con indudable talento y mucha pólvora) dieron forma los integrantes de Els Comediants, parte de los asistentes a la conferencia de ELIA terminamos recogidos en el Pueblo Español de Montjuic.
Allí, en aquel parque temático ideado en los años de la dictadura de Primo de Rivera para inaugurar la Exposición Internacional de 1929, las nociones de lugar y tiempo perdían todo su sentido. En definitiva, ¿que es un cuarto de siglo (o un siglo entero) en la historia de la humanidad? Nada, una gota de agua “en la inmensidad del mar que es infinita”.
Referencias
Canela, Mercè. (1998) Un passeig pel Poble Espanyol. Barcelona, Beta Editorial.
Castells, Manuel. (2001) La galaxia Internet. Barcelona, Plaza y Janés.
ELIA General Assemby. (2000) ELIA Manifesto. Barcelona, 7 de octubre de 2000.
Mendoza, Eduardo. (1986) La ciudad de los prodigios. Barcelona, Seix Barral.
Tan Mei Hua et alt. (2000) Imagination and Diversity. ELIA 1990-2000. Ámsterdam, ELIA.
Shakespeare, William. (1959) Romeo & Juliet. Cambridge University Press (edición de John Dover Wilson).