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La columna de Eugenio Vega: La sombra de una duda

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

Eliza Doolittle (la protagonista de Pigmalion de Bernard Shaw) dijo una vez: “para ser una dama, debo ser tratada como tal”. Lo mismo vale para los artistas. Gracias por tratarme como a uno de ellos” (Robert Venturi, discurso de aceptación del premio Pritzker, 1991).

I

La historia del diseño y de la arquitectura está inundada de nombres masculinos. Incluso, en este siglo XXI en que la mayoría de los gobiernos occidentales se constituyen con igual número de mujeres que de hombres, en las publicaciones sobre diseño y otras materias afines, la presencia femenina sigue siendo poco abundante. Que tal cosa sucediera en el pasado parece irremediable, pero que muchas de estos olvidos hayan perdurado hasta fechas recientes no tiene justificación. 

Hace unas semanas, Ramón Benedito me recordaba el papel de las mujeres en el diseño de los automóviles y la escasa atención que recibieron sus iniciativas. Muchas de sus contribuciones, cruciales para que la industria del motor, tuvieron lugar en un tiempo en el que la diferencia entre métodos artesanales y procedimientos industriales era prácticamente imperceptible. Bertha Benz, Mary Anderson, Dorothy Levitt, Florence Lawrence, Margaret Wilcox o Junne MacCaroll merecen un mayor reconocimiento. A todas ellas dedicaremos el espacio que merecen lo antes posible.

Bertha Benz en 1939, cuando tenía los noventa años de edad. Con la llegada de Hitler al poder, la familia Benz se prestó a la propaganda del nacional socialismo. Según parece, Bertha Benz terminó alejándose del régimen nazi conforme Alemania parecía decididamente encaminada a una guerra. Fotografía de autor desconocido.

II

Karl Benz fue un ingeniero alemán (con más ingenio que dinero) conocido por haber diseñado el primer vehículo de tres ruedas capaz de moverse gracias a un sistema de combustión interna. El denominado Benz Motorwagen, patentado en enero de 1886, tenía un motor de 954 centímetros cúbicos que desarrollaba una potencia de 0,7 CV capaz de propulsar el vehículo a una velocidad de 16 kilómetros por hora. La confianza del inventor en que aquel artefacto pudiera comercializarse era tan escasa que pasarían dos años hasta que su esposa, que había aportado el capital necesario para sus experimentos, le hizo ver las posibilidades comerciales de su ingenio mecánico.

Sin conocimiento de su marido, Bertha Benz emprendió en agosto de 1888 un viaje de algo más de cien kilómetros, junto a dos de sus hijos, desde Mannheim a Pforzheim en lo que hoy es el estado federado de Baden Wurtemberg. Como es lógico, el Motorwagen no tuvo más remedio que moverse por caminos de herradura para carruajes de cuatro ruedas tirados por bueyes, mulas o caballos, los únicos que había. Al carecer de un depósito de combustible propiamente dicho, la señora Benz tuvo que comprar ligroína, un derivado del petróleo, en la farmacia de Wiesloch, localidad famosa desde entonces por este pequeño acontecimiento. Para enfriar el motor (que no había sido sometido nunca a un esfuerzo semejante) Bertha y sus hijos utilizaron el agua de las fuentes. Durante el trayecto se rompieron algunos dispositivos que hubieron de ser reparados con lo que había a mano. Además, el vehículo tenía una potencia tan limitada que debió ser empujado por sus ocupantes para superar pequeñas pendientes. Al final del día, cuando ya era noche cerrada y solo las personas sin recato andaban por la calle, Bertha pudo enviar un telegrama a su marido para tranquilizarle por su ausencia (Elis, 2010).

El Motorwagen Benz construido hacia 1886 y utilizada, seguramente, por Bertha Benz en su viaje de Mannheim a Pforzheim en agosto de 1888. Fotografía de autor desconocido tomada a principios del siglo XX.

El verdadero objetivo de la señora Benz era convencer a su esposo de que aquel ingenio que había ideado tenía verdadera utilidad y podría convertirse en algo más que en un entretenimiento. Pero el reconocimiento de su proeza llevó tiempo: no fue hasta 2008 cuando se creó la Bertha Benz Memorial Route, una ruta turística para recordar que el primer viaje en automóvil había sido obra de una mujer.

III

Cien años después de que el Motorwagen llegara a Pforzheim, la arquitecta Denise Scott Brown, socia de su marido Robert Venturi, sufrió uno de los mayores desprecios que puede recibir alguien que ha dedicado su vida a un oficio en el que ha alcanzado una importante posición.

Denise Scott Brown y Robert Venturi formaban parte de esa élite que ha definido (con o sin razón) la arquitectura del siglo XX, no solo por los edificios que han construido (que no son muchos), sino por sus escritos teóricos y su actividad docente. La publicación a principios de los años setenta del conocido libro Learning from Las Vegas (1972) constituyó una peculiar reflexión sobre la ciudad y la forma arquitectónica en la que se mezclaba el desprecio al Movimiento Moderno con la frivolidad de la cultura del consumo. Al margen de las controversias que sus planteamientos posmodernos provoquen, no puede negarse que aquel texto tuvo un importante impacto en el diseño y la arquitectura de su tiempo.

Denise Scott Brown fotografiada en su propia casa por Lynn Gilbert en 1981 (CC BY-SA 4.0).

En 1991 Robert Venturi, recibió el Pritker Prize por su capacidad para “ampliar y redefinir los límites del arte de la arquitectura, como ningún otro lo había hecho, gracias a su obra arquitectónica y sus aportaciones teóricas”, según rezaba el acta del jurado, plagada de lugares comunes como suele ser habitual en ocasiones tan solemnes (Pritzker Prize, 1991). 

En ningún caso, el jurado, del que formaban parte Giovanni Agnelli, Ricardo Legorreta, Ada Louise Huxtable, Kevin Roche o Lord Rothschild, consideró que la mitad de aquel premio correspondiera a su esposa. Se limitaron a mencionar, por puro compromiso, la contribución de Scott Brown a la obra y al pensamiento de Robert Venturi: “gracias al talento de su socia, Denise Scott Brown, con quien ha colaborado tanto en la teoría como en la práctica, ha cambiado el curso de la arquitectura de este siglo” (Pritzker Prize, 1991). Como forma de protesta, Scott Brown no acudió a la ceremonia de entrega del premio que tuvo lugar en el palacio de Iturbide, en Ciudad de México, con presencia del presidente de la República, excelentísimo señor don Carlos Salinas de Gortari.

Lo peor no fue que, a pesar de la injusticia, Venturi aceptara y recogiese el premio. En su discurso solo mencionó a su compañera y esposa un par de veces, poca cosa teniendo en cuenta el gran número de personas a las que hizo referencia. Entre los citados, se encontraba el propio Salinas de Gortari, tan ajeno a la arquitectura como al buen gobierno. En todo caso, Robert Venturi no pudo dejar de señalar que la trayectoria profesional que el premio reconocía hubiera tenido una menor dimensión “sin el aporte creativo y crítico de Denise” (Venturi, 1991, 4).

IV

En 2013 un grupo de estudiantes de la Universidad de Harvard abrió una petición en Internet para pedir la inclusión de Denise Scott Brown en el premio recibido por Robert Venturi. La solicitud fue firmada, entre cerca de 22.000 personas, por su propio marido: 

“Las mujeres dedicadas a la arquitectura merecen el mismo reconocimiento que sus homólogos masculinos. La contribución de Denise Scott Brown ha sido fundamental para que su compañero Robert Venturi ganara el Pritzker Prize en 1991. Solo un desafortunado error del jurado parece explicar que se le negara el reconocimiento que sin duda merecía” (change.org, 2013).

La Hyatt Foundation, institución  organizadora del premio, explicó que la decisión había sido tomada por un jurado que ya no tenía competencia para rectificar nada. Martha Thorne explicó al Architect Magazine que no podía replantearse una decisión tomada hacía más de veinte años pero que, para tranquilidad de todos, el asunto sería tratado “en la próxima reunión” (Capps, 2013). A partir de 2001, los premios Pritzker (que habían iniciado su andadura premiando en 1979 a un personaje tan siniestro como Philip Johnson) dejaron de galardonar exclusivamente a varones blancos con corbata.

Quizá la obra de Robert Venturi más conocida sea una de las primeras: la casa que construyó para su madre en Chestnut Hill (Filadelfia) hacia 1964. Fotografía de Smallbones, 2011. Imagen de dominio público.

En 2016, dos años antes de que falleciera Robert Venturi, el matrimonio de arquitectos más conocido del mundo recibió la medalla de oro del American Institute of Architects (Gerfen, 2015). La sombra de los prejuicios es tan alargada que extiende sus abrumadoras dudas sobre las manifestaciones indiscutibles de la propia realidad. A pesar de todo, tarde o temprano, se hace algo de luz.

Referencias

Capps, Kriston (2013) “Media Ratchets Up the Pressure on Pritzker Prize Jury”, en Architect Magazine, 18 de abril de 2013.

Endemann, Till (2011) Carl & Bertha. Bayerischer Rundfunk, Norddeutscher Rundfunk.

Elis, Angela (2010) Mein Traum ist länger als die Nacht. Wie Bertha Benz ihren Mann zu Weltruhm fuhr. Hamburgo, Hoffmann und Campe.

Fausch, Deborah (2014) Can Architecture Be Ordinary?, en MAS Context nº 23. Chicago.

Gerfen, Katie (2015) “Robert Venturi and Denise Scott Brown Win the 2016 AIA Gold Medal”, en Architect Magazine, 2 de diciembre de 2015.

Lucá-Dazio, Manuela (2013) “The Pritzker Architecture Prize Committee: Recognize Denise Scott Brown for the 1991 Prize”, en change.org, 27 de marzo de 2013

Pritzker Prize (1991) Robert Venturi. The Hyatt Foundation, disponible en https://www.pritzkerprize.com/laureates/1991

Scott Brown, Denise (1990) Entrevista con Peter Reed. 25 de octubre, 9 de noviembre de 1990. Smithsonian Archives of American Art.

Venturi, Robert; Denise Scott Brown, Denise y Steven Izenour (1972) Learning from Las Vegas: the Forgotten Symbolism of Architectural Form. Cambridge: MIT Press.

Venturi, Robert (1991) Pritzker Prize. Laureate Ceremony Acceptance Speech. The Hyatt Foundation.

Viladas, Pilar (2012) “Lieb House, Saved”, en The New York Times Style Magazine, 8 de febrero de 2012.

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