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La columna de Eugenio Vega: Realpolitik

La columna de Joan Costa en Experimenta

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“Aquello que el diseñador sabe, cree, teme o desea forma parte de su pensamiento en cada paso del proceso de diseño e influye en el uso que hace de su libertad intelectual. Naturalmente, se compromete con puntos de vista que se ajustan a sus creencias, convicciones y valores, a menos que sea persuadido o convencido por otros, o por su propia percepción, de lo contrario” (Rittel, 1971). 

I

Parece que el término Realpolitik comenzó a ser usado en tiempos de Bismarck para defender el pragmatismo frente a la política idealista fundamentada en principios ideológicos y obligaciones éticas. 

Henry Kissinger, antiguo Secretario de Estado en los oscuros tiempos de Richard Nixon (y gran aficionado al fútbol), es considerado como uno de los exponentes de esa manera de entender las política. El acercamiento a China de Estados Unidos fue un ejemplo de cómo el realismo político se antepone a los principios cuando se pretende evitar conflictos innecesarios. Hace unos meses, con motivo de la guerra de Ucrania, mostró su escasa simpatía por el entusiasmo belicista que parecía animar a muchos gobiernos occidentales. Kissinger ha publicado hace poco Leadership. Six Stories in World Strategy, un curioso libro donde compara políticos, a su entender pragmáticos, como Nixon o Adenauer, y otros visionarios, como Charles de Gaulle, de quien se sentía algo más distante.

Entre los políticos identificados con la Realpolitik siempre estuvo Willy Brandt, el canciller que asumió (imagino que con dolor) la partición de su país, reconoció la existencia de la República Democrática Alemana y guardó en un baúl con siete llaves las aspiraciones a la unidad nacional del SPD. Brandt, al igual que Walter Gropius, era uno de esos entrañables amigos de Estados Unidos que contribuyeron a la construcción de la República Federal.

El presidente John Fitzgerald Kennedy en la Casa Blanca al, por entonces, alcalde de Berlín, Willy Brandt. Lunes 13 de marzo de 1961. fotografía Marion S. Trikosko. US Library of Congress. Imagen de dominio público.

II

Una de las peculiaridades del diseño, que tanto afecta a su presencia social, tiene que ver con los discusiones entre académicos y profesionales sobre la teoría y la práctica de la disciplina. En general, esos debates muestran al diseño como a una actividad abierta a la innovación, inquieta por los grandes desafíos del mañana y ocupada en una constante revisión de sus métodos. Las publicaciones sobre la materia dedican un gran espacio a la economía circular, a las virtudes del design thinking en cualquier forma de ingeniería social y a la necesidad de un profunda interacción con otras disciplinas con las que empieza a confundirse tanto en sus métodos como en sus propósitos. En definitiva, una nueva práctica del diseño que poco tiene que ver con los objetos industriales y las arquitecturas de siempre que hasta hace poco parecían el único ámbito de la actividad profesional.

Sin embargo, por mucho que los académicos hayan refinado sus técnicas de análisis y planteen otros caminos para comprender ese fenómeno económico y social que es el diseño, debemos ser conscientes de la fortaleza con la que pervive ese viejo mundo de los artefactos en la vida de la gente. La creación de objetos y la organización de los espacios que habitan siguen dependiendo de prácticas tan antiguas como la propia civilización. Aún es más, conforme los desequilibrios territoriales se hacen más evidentes, la gente corriente (ordinaria, si se prefiere) se ve obligada a resolver sus problemas sin la participación de los diseñadores. Por decirlo de otro modo, las viejas prácticas del diseño perviven en contextos ajenos al de la profesión, como demostró el primer año de pandemia.

Esta forma de diseño oculto tiene muy diversas manifestaciones. Por una lado, los particulares utilizan toda suerte de herramientas y métodos para resolver problemas poniendo en práctica su comprensión (más o menos acertada) de lo que es el diseño. En India, ese fenómeno no es más que una actualización del viejo método de resolver los problemas con lo que se tiene más a mano. Llama más la atención la sorpresa que todo eso despierta entre los estudiosos que el hecho de que, en un rincón perdido del Punyab, alguien con ingenio construya una furgoneta con una bomba de agua. Son prácticas frecuentes allí donde no hay otra cosa que necesidad y sentido común. Pero este fenómeno no tiene solo lugar en escenarios tan lejanos: nadie que quiera abrir un bar en un polígono industrial de cualquier ciudad española llama a un diseñador para que le diga dónde tiene que poner las mesas o cómo debe disponer la barra para dar forma (mejor o peor) a esa experiencia de usuario que es un negocio cara al público. 

En 1971, Horst Rittel, que llevaba ya varios años en la Universidad de California en Berkeley, reconocía la importancia de estos factores en cualquier práctica del diseño: «Afortunadamente para todos nosotros, la mayoría de los diseñadores no tienen mucho éxito cuando intentan, a su manera, remodelar el mundo. El diseño tiene lugar en un contexto social en el que afecta a muchas personas de diferentes formas» (Rittel, 1971). Para bien o para mal, gran parte del diseño que nos rodea es cosa de nosotros mismos.

Camioneta de construcción casera que utiliza para su propulsión un motor para extraer agua. Fotografía tomada en un pueblo cerca de Jaipur (Rajasthan) en 2006 por Sanjay Kattimani. Imagen de dominio público.

Camioneta de construcción casera que utiliza para su propulsión un motor para extraer agua. Fotografía tomada en un pueblo cerca de Jaipur (Rajasthan) en 2006 por Sanjay Kattimani. Imagen de dominio público.

Pero también ese fenómeno existe en empresas y en instituciones públicas para las que el diseño no es una actividad específica. A pesar de esas limitaciones, se crean objetos, se ordenan espacios o se deciden procedimientos que entran a formar parte de ese escenario en el que vivimos. Sin duda, China es el mejor ejemplo del diseño anónimo, donde la propiedad intelectual carece de la protección que le confieren las leyes, incluso, las de aquel país. Aunque formalmente, el gobierno de Xi Jinping ha reconocido la necesidad de proteger los derechos de autor, esas prácticas industriales no podrían haber alcanzado la dimensión que tienen si no hubieran sido impulsadas (o toleradas) desde la propia administración. Como recordaba Horst Rittel, “el diseño está necesariamente asociado al poder. Los diseñadores planean comprometer recursos para, en definitiva, influir en la vida de los demás […] el diseño es, ya sea de manera consciente o inconsciente, un hecho político” (Rittel, 1971).

III

En 1972, siendo ya profesor del College of Environmental Design de Berkely, Rittel escribió sobre los problemas perversos, aquellos que empeoran cuando ponemos en marcha soluciones preconcebidas y que empeoran aún más cuando se corrige el rumbo para deshacer los errores. Su claridad de ideas y su capacidad para explicarlas hicieron de él un referente a pesar de su temprano fallecimiento en 1990. Sin embargo, como sucede tantas veces, su capacidad de análisis no se correspondía con su competencia para la acción, para llevar a término sus propósitos.

Según han contado algunos de sus alumnos (Klaus Krippendorff o Guy Bonsiepe) era uno de los docentes mejor formados que pisó nunca la Hochschule für Gestaltung de Ulm. Aunque pocos tenían su capacidad para comprender la complejidad de los problemas del diseño, no todos veían necesario tanto énfasis en los aspectos científicos: “No queremos convertirnos en sociólogos, ni en psicólogos, ni en teóricos estructuralistas, ni en pensadores analíticos o matemáticos sino en diseñadores”, decían algunos (Spitz, 2002, 260).

En 1960, Horst Rittel, por motivos que no hacen al caso, consiguió dirigir aquella escuela junto a otros profesores de su cuerda (Gert Kalow, por ejemplo). Seguramente, con él al frente, la Hochschule für Gestaltung hubiera sobrevivido a las presiones externas y a los disparates de algunos de sus miembros. Pero su incapacidad para mantenerse en su puesto frente a adversarios menos brillantes le llevó a tirar la toalla. Quizá Aicher y Maldonado le ganaron la partida porque tenían una mejor comprensión de la realidad y de las miserias que rodean a esa extraña virtud que llaman sentido del poder.

IV

Cuando die Grünen, el partido de los Verdes alemanes vio la posibilidad a formar parte de un gobierno (regional o federal), surgieron las divisiones entre pragmáticos e idealistas, batalla que se saldó con la victoria de los primeros, entre los que estaban Joschka Fischer (antiguo taxista) y Daniel Cohn-Bendit (antiguo apátrida). Lógicamente, el pragmatismo tiene sus riesgos pues impide quedarse en la grada cuando comienzan los líos. En 1999, Fischer, por entonces ministro de Asuntos Exteriores del gobierno federal, hubo de bendecir los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado. 

Como recordaba Hobsbawn (1997), la realidad existe a pesar del enorme esfuerzo que hacemos por no tomarla en serio. 

Referencias

Hobsbawm, Eric (1997) Sobre la historia. Barcelona, Crítica.

Kissinger, Henry (2022) Leadership. Six Stories in World Strategy. Nueva York, Penguin.

Krippendorff, Klaus (2007) “Design Research, an Oxymoron?”, en Michel, Ralf, ed (2007) Design Research; Essays and Selected Projects. Zürich: Birkhäuser.

Rittel, Horst W.J. (2012) Die Denkweise von Designern. Hamburgo, adocs Publishing.

Rittel, Horst W.J. (1972) On the Planning Crisis: Systems Analysis of the First and Second Generations. Bruselas, Bedrifts Okonomen, No. 8, October 1972.

Spitz, Rene (2002) Der Blick hinter den Vordergrund. Die politische Geschichte der Hochschule für Gestaltung. Stuttgart, Edition Axel Menges.

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