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La columna de Eugenio Vega: Telefunken PAL Color, las cosas como son

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

Gracias a Telefunken, usted ve las cosas como son.
Las cosas son en color.
Telefunken que inventó el sistema PAL ha hecho un aparato perfecto para ver el color.
Entre con Telefunken en las cosas reales, calientes y vivas.
Telefunken PAL Color: las cosas como son.

Anuncio de Telefunken PAL Color (Televisión Española, 1978)

La aparición de un nuevo formato digital (o la mejora de alguno de los existentes) tiene siempre un doble propósito: por un lado, incorporar las innovaciones tecnológicas más recientes y, por otro, segar la hierba bajo los pies de la competencia en un mercado sujeto a fuertes tensiones. Nada de esto es nuevo. Ya sucedió a principios del siglo pasado cuando las grandes firmas intentaron establecer estándares industriales propios para hacer la vida imposible a las pequeñas empresas. Hoy, Apple y otras marcas mantienen una actitud parecida para, según ellos, proporcionar a sus consumidores una mejor “experiencia de usuario”.

Tanto el American National Standards Institute o el Deutsches Institut für Normung nacieron para poner orden en ese desbarajuste con la creación de normas legales para la industria (Heskett, 1985, 77). Lógicamente, la obsolescencia fue el principal argumento en contra. Pero, si en un contexto de progreso industrial es difícil asegurar los estándares durante mucho tiempo, nunca esa pretensión fue más ingenua que con la tecnología digital. El hardware y el software siguen evolucionando con excesiva rapidez para muchos usuarios, desconcertados ante las versiones más recientes de aplicaciones que apenas son capaces de manejar. Por otra parte los fabricantes de software han intentado monopolizar los sistemas con formatos de archivo propios que impidan convertir la información a los formatos de sus competidores. Cuando Microsoft consiguió hacer las cosas a su modo, mandó a Word Perfect a dormir el sueño de los justos antes de lo previsto. 

Sin embargo, en ámbitos como el de las imágenes en mapa de píxeles hubo una tendencia a utilizar tecnología ajena a las aplicaciones comerciales. De ese modo, JPG se convirtió, a pesar de sus limitaciones, en el estándar de la fotografía amateur (y de la web) y solo en los últimos años ha visto amenazar su posición dominante. Pero, incluso JPG ha incorporado mejoras que impiden abrir algunas de sus variantes con aplicaciones más antiguas. En definitiva, no es fácil recuperar la información una vez digitalizada.

I

Cuando apareció la televisión en color, los diseñadores consideraron sagrado el principio de la doble compatibilidad: lo que se viera bien en color debía verse también en blanco y negro. Como consecuencia, se establecieron criterios para la transmisión televisiva de manera que no pudieran confundirse (en los televisores monocromos), por ejemplo, las camisetas del Atlético de Madrid con las del Real Club Deportivo Espanyol. Los equipos visitantes debían, en estos casos, utilizar una indumentaria claramente distinguible de la de su adversario. 

Pero, en un determinado momento, los responsables de la industria de la televisión (siempre tan espabilados para lo que les conviene) se dieron cuenta de que si descuidaban la transmisión en blanco y negro, los telespectadores no tendrían más remedio que comprar un receptor en color. Hay que recordar que en España, por la pereza del gobierno, no se adaptó el sistema PAL hasta octubre de 1976 (tres años después de iniciar las emisiones en pruebas), lo que supuso un freno para las empresas españolas del sector (Elbe, Lavis, Zenith o Emerson), todas ellas desaparecidas hace ya muchos años.

Algo parecido sucede con Internet. En lugar de diseñar los contenidos para que puedan abrirse con las máquinas más modestas, se obliga a los usuarios a renovar el hardware para, en realidad, seguir recibiendo el mismo servicio de siempre. Durante años, Jakob Nielsen defendió el principio de que la información en la red debía transmitirse de la manera más sencilla. Su artículo “Flash: 99% Bad”, publicado en 2000, era un alegato contra todo aquello que fuera más allá de la simplicidad del HTML, una tarea casi imposible en una red donde ninguna tecnología tenía el futuro asegurado. Aunque Flash parecía entonces la única alternativa para una mayor interacción, Adobe lo ha terminado por declarar oficialmente muerto en diciembre de 2020. 

En definitiva, debido al aumento constante de la cantidad de información contenida en los sitios web, los portátiles, tabletas y teléfonos quedan pronto superados y, dada la dificultad de actualizar esos dispositivos, no queda más remedio que comprar otros nuevos. Para muchos, eso no es necesariamente malo. Richard Hamilton explicaba que una economía saneada, en términos capitalistas, debía mantener el deseo de consumo una vez que las necesidades esenciales hubieran sido satisfechas. El recurso de la industria a cambios frecuentes en los productos había demostrado, desde su punto de vista, su eficacia comercial (Hamilton, 1963). Redefinir el objeto mediante la innovación suponía, además, redefinir al consumidor, hacerle ver que él también había cambiado y que, por tanto, necesitaba cosas nuevas.

II

Pero, no siempre utilizar software específico (o aumentar las exigencias técnicas) funciona como quieren los fabricantes. El caso más llamativo es Kindle, el dispositivo concebido por Amazon en 2007 como un sistema cerrado para leer libros electrónicos. 

Por entonces, los procedimientos de encriptación se habían desarrollado lo suficiente como para convencer a los editores de que proporcionar una copia electrónica de un libro no significaba otorgar el derecho a la obtención de copias ilimitadas. En la práctica, no se compra un libro electrónico del mismo modo que uno de papel. Mientras un volumen impreso es un objeto físico cuyo propietario puede quemarlo, regalarlo o utilizarlo para impresionar a las visitas, lo que se adquiere cuando se compra un ebook es el derecho a leer un archivo digital (MOBI, AZV, por ejemplo) en un dispositivo electrónico controlado por Amazon o por cualquier otra compañía. No hay que olvidar que Google y Apple tienen cosas parecidos.

Por otra parte, mientras el libro electrónico ha degenerado en una convivencia difícil de formatos y cachivaches, la web sigue siendo una plataforma más abierta cuyo principal objetivo es sobrevivir en cualquier sistema operativo. Eso ha sido posible porque nadie se ha preocupado demasiado por cerrar el acceso a la red con los sistemas de control de derechos que afectan, sobre todo, a la industria editorial. En consecuencia, gran parte del material académico que circula en formatos electrónicos (es decir, casi todo lo que no es ficción) lo hace con alegría (y no siempre legalmente) por una red llena de voluntariosos propagadores (Bjarnason, 2012). Además, los eReader, los aparatos para leer libros electrónicos, no pueden competir con la capacidad de la web para actualizarse e implementar toda suerte de innovaciones interactivas porque son dispositivos poco programables que se vuelven obsoletos antes de lo previsto. Aunque, la web es consecuencia de un complejo desarrollo de tecnologías poco seguras que están siempre al borde del colapso, es mucho más flexible que el libro electrónico (Bjarnason, 2021).

Carl Larsson. Das Frühstück der Siebenschlaëfrin (fragmento, 1897), en Die Haus in der Sonne. Langewiesche Verlag. Düsseldorf, 1909. Dominio público.

III

Mientras copio cientos de archivos (en formato WRI) de un disco duro a un ordenador con Windows XP para ver si puedo convertirlos a algún formato más reciente, mato el tiempo mirando un libro. 

Se trata de un ejemplar de Die Haus in der Sonne (La casa bajo el sol), una edición alemana de la obra más conocida del ilustrador sueco Carl Larsson que fue publicada por Langewiesche Verlag en 1909. Han pasado ciento doce años desde que este volumen saliera de la imprenta, con sus dos tipos de papel, su compleja cubierta en relieve y sus extraordinarias ilustraciones. Las acuarelas fueron reproducidas con exquisito cuidado en un tiempo en que la impresión en color era algo poco común. El ejemplar que tengo en mi poder se conserva muy bien para haber sufrido un par de guerras mundiales, varias crisis económicas y más de sesenta ediciones del festival de Eurovisión. Sabe Dios por qué manos habrá pasado hasta llegar a las mías, sabe Dios dónde estuvo en cada una de esas fechas trágicas que definieron el pasado siglo. 

Lo cierto es que, a pesar de tantos avatares, para leerlo (para recuperar la información en él contenida) no tengo más que sentarme cerca de una ventana y abrir sus páginas. Nadie, en cambio, puede asegurarme que el archivo en el que escribo ahora estas líneas pueda volver a abrirse (tal y como está) dentro de un par de años. Las cosas comos son.

Referencias

Bjarnason, Baldur. (2012) Hierarchies of ebook design, en este enlace.

Bjarnason, Baldur. (2021) Ways of reading without the influence of community, en este enlace.

Hamilton, Richard. (1963) “Artificial Obsolescence” en Product Design Engineering. enero  de 1963.

Heskett, John. (1985) Breve historia del diseño industrial. Madrid, Del Serbal.

Larsson, Carl. (1909) Die Haus in der Sonne. Düsseldorf, Langewiesche Verlag,

Nielsen, Jakob. (2000) “Flash: 99% Bad”, en NN/g.

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