Juan, Príncipe de las Españas, de virtudes y ciencia lleno, verdadero cristiano, muy amado de sus padres y de su patria, en pocos años realizó muchas obras buenas con prudencia y virtud. Descansa en este túmulo mandado hacer por su óptimo y piadoso padre Fernando, rey invicto y defensor de la Iglesia. Su madre, la Reina Isabel, purísima y depósito de todas las virtudes, mandó por testamento se hiciese tal (Epitafio del sepulcro del príncipe Juan en el Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila).
I
Triste España sin ventura es un bellísimo lamento en forma de pieza musical compuesta por Juan del Enzina poco después del fallecimiento en 1497 del príncipe Juan, único hijo varón de los reyes Isabel y Fernando. Con la muerte del heredero de los Trastámara, los reinos peninsulares quedaron, como tantas veces, abatidos por la incertidumbre.
Pero, sin duda, la más grande de esas crisis tuvo lugar en 1898 cuando España se dio cuenta, tras la derrota frente Estados Unidos, que ya no era un imperio, sino un país en ruinas en un mundo cada vez más industrializado. Como recordaba Jordi Nadal, “las vicisitudes de la economía española a lo largo del siglo XX no pueden separarse de la época colonial” (Nadal, 1975, 227). En cierto modo, la causa principal del fracaso estuvo en la incapacidad del país para adaptarse a la nueva realidad en un tiempo de grandes transformaciones sociales (Nadal, 1975, 228). Mientras el progreso tecnológico cambiaba por completo la sociedad de la vieja Inglaterra, España vivía sumida en un doloroso proceso de descolonización. Como consecuencia, la crisis justificó un estado de ánimo que exigía reformas, en especial, en el ámbito de la educación. La escasa formación técnica y científica impedía desarrollar la tecnología necesaria para la producción industrial y obligaba a una constante dependencia de otros países más avanzados.
II
Fue en 1900 cuando se creó el Ministerio de Instrucción Publica y Bellas Artes (más tarde, Ministerio de Educación), cuyas funciones hasta entonces eran responsabilidad de diversos organismos del Ministerio de Fomento. Entre el año de gracia de 1900 y el actual 2022, han ocupado esa cartera cien personas, de las cuales tan solo seis han sido mujeres. Pero lo más llamativo es que, en estos 122 años, el tiempo medio de permanencia en el cargo de los ministros ha sido de unos 14 meses, un plazo algo escaso para llevar a cabo reformas de importancia con la necesaria sensatez. El record de permanencia corresponde al turolense José Ibáñez Martín que, aunque fue ministro más de diez años (entre 1939 y 1951), no dejó huella en el sistema educativo. En la democracia, el más duradero ha sido José María Maravall, con cinco años y medio de permanencia. Pero, durante los 31 años del reinado de Alfonso XIII, hubo 52 ministros, que se dice pronto. Los gobiernos de la Restauración confirmaron la teoría de Max Weber de que el principal objetivo de la política era el reparto de cargos. Parecía lógico, por tanto, que los ministros duraran poco para dejar sitio a otros candidatos con iguales o mayores méritos.
Pero, volviendo al tema que nos ocupa, en enero 1900, un Real Decreto estableció la denominación de Escuelas de Artes e Industrias para las que hasta entonces se conocían como Escuelas de Artes y Oficios. En su desarrollo normativo señalaba que la enseñanza de estas escuelas “se dirigirá principalmente á la mayor ilustración de las clases trabajadoras e industriales”. Los motivos por el que se decretaron estos cambios aparecen razonados en el preámbulo del Real Decreto, donde el ministro García Alix reconoce (sinceramente) la dificultad de la administración para acertar con estas enseñanzas.
“No siempre coronó el éxito tan nobles intentos, pues más que el material aprendizaje de procedimientos prácticos y manuales, hacía falta difundir el conocimiento de los poderosos medios con que iba contando la industria para transformarse de prodigiosa manera […] Quedaba, no obstante, menos atendido de lo necesario un aspecto tan importante como el artístico, en su aplicación á las producciones industriales” (Real Decreto de 4 de enero de 1900).
Más que escuelas de artes, eran escuelas de oficios en las que se formaba a los alumnos en procedimientos para los que era necesaria mucha destreza pero no capacidad de decisión ni creatividad (Álvarez, 2000, 150). Poco duró, sin embargo, la reforma de 1900, a pesar de sus buenas intenciones (y del respaldo inestimable de la Reina Regente). En 1910, Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones, ocupó el Ministerio de Instrucción Pública durante algo menos de un año. Decir que Romanones era un regeneracionista sería tanto como decir que Josef Albers era un especialista en la teoría del color. Pero, en el preámbulo al Real Decreto de 1910, que lleva su firma, se hacen sensatas reflexiones sobre la dificultad (y la incapacidad) de la administración para ordenar estas enseñanzas:
“Las reformas, muy bien intencionadas siempre, no han dado, por desgracia, los favorables resultados; y las estadísticas oficiales de las escuelas mismas demuestran que la eficacia de la enseñanza no es, ni muchísimo menos, lo que desearíamos. Una inmensa mayoría, que en algunas escuelas es casi la totalidad, de los obreros matriculados en ellas pierden curso, siendo así inutilizados los afanes con que, tras una fatigosa jornada de trabajo, emplearon las primeras horas de la noche en buscar, mejoramiento de su condición social” (Real Decreto de 8 de junio de 1910).
Para intentar resolver, al menos en parte, esa falta de eficacia, Romanones aprobó una nueva ordenación académica. Las escuelas encargadas de impartir el primer nivel serían las de Artes y Oficios que recuperaban su antiguo nombre, “orientadas a la formación de artesanos artísticos”, y las encargadas del segundo nivel serían las Escuelas Industriales, que se ocuparían de la formación de los peritos industriales. Para bien o para mal, las escuelas técnicas nunca volverían a tener relación con las escuelas de artes.
III
Al margen de la opinión que nos merezca la reforma de Romanones, no cabe duda de que debía ser buena de verdad porque nadie se atrevió a modificarla hasta que, más de cincuenta años después, el presidente Kennedy anunció su firme decisión de mandar una nave tripulada a la Luna. Fue entonces, cuando el Ministerio de Educación (con Lora Tamayo al frente) se dio cuenta de que el mundo seguía girando a pesar de que el edificio de la calle de Alcalá se mantenía donde siempre, y procedió a llevar a cabo una reforma de las únicas enseñanzas oficiales que tenían que ver con las artes aplicadas y el diseño. Desgraciadamente, el Real Decreto de 1963 llegó tarde y fue incapaz de responder a los cambios sociales provocados por el boom económico de los años sesenta. En los años anteriores, el Ministerio de Trabajo, en manos de personaje tan peculiar como Girón de Velasco, había creado las universidades laborales, un universo paralelo donde la formación profesional adquirió su primera expresión.
En este año 2022, en la tercera década del siglo XXI, el gobierno ha decidido actualizar su sistema de enseñanzas artísticas (y de diseño) que llevaba sin sufrir reformas muchos años. Además, su incorporación al Marco Europeo de Cualificaciones se había llevado a cabo con esa parsimonia que parece caracterizar a la esencia profunda de la propia administración. Quizá entre los pasillos del edificio del Ministerio, el ánimo ha sido siempre batir el record de Romanones. En definitiva, si llevamos veinticinco años sin hacer cambios apreciables en las enseñanzas artísticas profesionales que necesita reformas inmediatas, es solo cuestión de paciencia alcanzar ese objetivo.
Tal vez, a estas enseñanzas les suceda como al fútbol que no le hace falta reforma alguna. Como decía João Havelange, aquel siniestro personaje que dirigió la FIFA hasta 1998, al contrario que el baloncesto, el fútbol no necesitaba cambiar sus reglas porque ya en sus inicios había alcanzado la perfección,
Referencias
Álvarez, Pedro et al. (2000) Cien anos de educación en España. En torno a la creación del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Madrid, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Fundación BBVA.
Conde de Romanones (1923) Notas de una vida. Madrid, Renacimiento.
Enzina, Juan del (1497) Triste España sin ventura, en Jordi Savall et al. (2004) Isabel I, Reina De Castilla.
Nadal, Jordi (1975) El fracaso de la Revolución Industrial en España 1814-1913. Barcelona, Ariel.
Real Decreto de 4 de enero de 1900, por el que se reforman las Escuelas de Artes y Oficios y pasan a denominarse Escuelas de Artes e Industrias.
Real Decreto de 8 de junio de 1910, disponiendo que la enseñanza que actualmente se da en las Escuelas elementales de Industrias, Superiores de Industrias, Superiores de Artes Industriales y Elementales de Artes Industriales, se divida en los sucesivo en dos grados, uno elemental y otro superior, que constituirán, respectivamente la primera y la segunda enseñanza técnica.